(Publicado en Diario16 el 15 de julio de 2019)
No hay dos hombres en este país que se lleven peor que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Quizá Risto Mejide y Eduardo Inda, claro que eso es un caso extremo de violento duelo en OK Corral que puede terminar muy mal. Tanto el líder del PSOE como el de Podemos desconfían el uno del otro, se detestan políticamente, no hay ningún feeling. Ambos son egos inflados, pavos reales que agitan sus plumas de colores tratando de deslumbrar ante los focos. Con estos dos personajes mirándose a los ojos desafiantemente, como dos luchadores de sumo, no hay ninguna posibilidad de que salga adelante un Gobierno de coalición, ni de cooperación, ni de cualquier otro tipo.
Pedro y Pablo son los típicos que quedan de cañas con la pandilla de amigos y terminan en un rincón del bar, solos, echándose salivazos a la cara y discutiendo a grito pelado sobre cualquier chorrada. Jamás se pondrán de acuerdo en nada porque son como el Yin y el Yang, como el agua y el aceite, como el perro y el gato. Incompatibilidad de caracteres, que diría Sabina.
Por mucho que altos cargos del PSOE y Podemos se empeñen en que al final habrá Gobierno cuesta trabajo creerlo. El factor humano pesa demasiado en las tempestuosas negociaciones que los dos partidos de izquierda llevan a cabo más o menos en secreto. A día de hoy Pedro y Pablo han celebrado cinco entrevistas cara a cara y han mantenido largas conversaciones de teléfono para tratar de avanzar en la formación de Gobierno. Tiempo perdido y facturas kilométricas de Movistar. Todos los contactos han terminado como el rosario de la aurora y eso que al principio ambos líderes siempre empiezan con muy buena voluntad y muy buenas palabras, guiñitos, tonteo político, que si van a entenderse por el bien de la izquierda, que si los ciudadanos prefieren un gobierno de progreso, que si al final prevalecerá el sentido común y el objetivo prioritario de frenar a la ultraderecha. Sin embargo, a los cinco minutos afloran las rencillas, los resquemores, los recelos. Iglesias pide cargos y ministerios; Sánchez se niega. Iglesias saca su lado más chavista en lo económico (renta vital básica, tope a los alquileres, abolición de la reforma laboral, impuesto a la banca); Sánchez se enroca en su coraza más templada y socialdemócrata. Y así, fracaso tras fracaso, hasta la derrota final: o sea unas nuevas elecciones que nadie quiere. La impericia de ambos gestores es evidente y en cualquier consejo de administración ya habrían sido cesados fulminantemente por incompetencia manifiesta. Más valdría que PSOE y Podemos se plantearan seriamente retirar de las negociaciones a los dos gallitos de pelea irreconciliables e intentarlo con dos caras nuevas. Carmen Calvo e Irene Montero, por poner un ejemplo, no sería una mala apuesta. Quizá delegando la interlocución en dos mujeres se rebajaría el nivel de testosterona y se podría llegar a algo concreto en este laberinto sofocante.
Con esos mimbres no se puede construir un Gobierno serio que dure más de un mes. Si alguna vez Sánchez sopesó la posibilidad de darle un ministerio a Iglesias, ahora cada vez tiene más claro que eso sería como meter a Alien, el octavo pasajero, en el Consejo de Ministros. El extraterrestre de la izquierda española, con su cresta capilar amenazante, su mirada felina y su lenguaje milenial empezaría a devorar tripulantes de la nave socialista, uno tras otro, para terminar imponiendo lo que Ferraz ve con horror: el manual del bolivarianismo marxista 2.0.
A fecha de hoy, excitado con las encuestas de Tezanos, Pedro Sánchez solo piensa en jugárselo a todo o nada, un jaque mate maestro para doblegar al amigo-enemigo que pretende revolucionar España. Ese órdago consiste en seguir hasta el final con la amenaza de nuevas elecciones esperando que Iglesias recapacite y sienta en sus carnes el vértigo de otro descalabro electoral. Ahora Pedro y Pablo son como aquellos dos jovenzuelos macarrillas de Rebelde sin causa (el peliculón de Ray) que se retaban en una carrera de coches en dirección al precipicio mortal. El que primero pisaba el freno o saltaba del coche perdía la apuesta y quedaba como un gallina. El que apuraba el acelerador hasta el final ganaba, pero también corría el riesgo de despeñarse por el abismo. Ahora ya solo falta saber quién es James Dean (ahí Sánchez da más el perfil de guaperas) y quién el imprudente que cae por la montaña con su bólido, es decir con el partido (Iglesias va cuesta abajo en los sondeos). Naturalmente, solo puede sobrevivir uno: el que gana el duelo y se queda con Natalie Wood. O sea, con España.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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