(Publicado en Diario16 el 28 de agosto de 2019)
En las últimas horas, dos diputados de Vox, Manuel Mariscal y Ricardo Chamorro, se han reunido con agricultores de Toledo y Ciudad Real para proponerles una solución mágica contra la sequía: recuperar los viejos trasvases que hace unos años enfrentaron a unas comunidades autónomas con otras. “Allí se interesaron por los problemas del campo e hicieron hincapié en la necesidad de un Plan Hidrológico Nacional (PHN) que permita proporcionar a nuestros campos las infraestructuras precisas que eviten las pérdidas debidas a una mala gestión del agua”, aseguran fuentes próximas al partido de Santiago Abascal.
En su habitual lenguaje populista, Vox reclama soluciones para evitar “sacrificar todo el laborioso trabajo llevado a cabo por los agricultores en un compromiso continuo con la España que madruga y que quiere seguir ganándose la vida en las zonas rurales”. Los últimos contactos de la formación ultra con los trabajadores del campo de Castilla La Mancha demuestran algo que ya había sugerido Vox durante la pasada campaña electoral: su intención de rescatar el PHN, el mismo borrador que el Partido Popular tuvo que meter en un cajón ante las protestas ciudadanas y la opinión de numerosos expertos y organizaciones ecologistas que alertaron de que el plan supondría un grave atentado contra el medio ambiente.
El proyecto de los trasvases dio lugar a lo que se conoció en su día como la “guerra del agua” y provocó agrios enfrentamientos entre comunidades autónomas. Hoy Vox parece empeñado en resucitar aquella vieja guerra (como otras olvidadas que insiste en desenterrar) y todo apunta a que en aquellas regiones en las que tenga capacidad para influir en sus otros dos socios de Gobierno (PP y Ciudadanos) tratará de incluir el PHN en la agenda política. Madrid y Murcia −dos comunidades históricamente castigadas por la sequía donde la ultraderecha ya disfruta del poder autonómico−, serán sin duda las primeras regiones en rebelarse contra el “sanchismo” traidor que le roba el agua a los agricultores.
La realidad era muy distinta a la situación que pintaba el PP. En el periodo 1940-1996 el Ebro disponía de 17.300 hectómetros cúbicos, mientras que entre 1990 y 2008 ese caudal se redujo a 8.542,9, lo cual, según los ecologistas, ya no era suficiente para cubrir la propia subsistencia de los ecosistemas del Ebro. Por si fuera poco las oenegés denunciaron el alto consumo energético que supondría poner en marcha el trasvase, ya que se necesitarían al menos 10 estaciones de bombeo para reconducir el agua a través de los inmensos conductos, cuya simple construcción también causarían un grave impacto ambiental. Además, según los informes técnicos, el proyecto provocaría un hundimiento y la regresión del Delta del Ebro, efectos económicos adversos para la pesca en esa zona, el descenso de la llegada de nutrientes y limos al Mediterráneo, el aumento de la salinidad marítima, el incremento de la temperatura del Mediterráneo, frecuentes y virulentos episodios de gota fría en Levante y la merma en la llegada de sedimentos a las playas. Por otra parte, el plan resultaba muy contaminante y no tenía en cuenta ni los problemas de salinidad ni la invasión de especies en el Bajo Ebro.
Hoy la política de agua va por derroteros muy diferentes, ya que se trata de aprovechar mejor los recursos hídricos, de fomentar el ahorro, de frenar el urbanismo desbocado que exige inmensas cantidades de agua (también la proliferación de campos de golf), de controlar el expolio de los acuíferos y la ganadería intensiva, de poner en marcha desaladoras y de luchar contra el cambio climático para revertir la sequía. Ahorro, eficiencia y reutilización, esa es la máxima en la lucha contra la desertización pero por lo visto Vox insiste en recuperar viejas fórmulas del pasado que según todos los expertos no harían más que esquilmar hermosos parajes naturales como el Ebro, agravando el grave problema medioambiental que padecemos.
Hasta la Unión Europea se opuso a la política de los trasvases contemplada en el Plan Hidrológico Nacional y se negó tanto a su puesta en marcha como a su financiación con fondos públicos. De modo que si a Jair Bolsonaro parece importarle más bien poco el futuro de la Amazonia e impulsa proyectos urbanísticos en la selva que dan lugar a voraces incendios en el pulmón verde del planeta, a Santiago Abascal tampoco le preocupa demasiado que el Ebro, nuestro río más hermoso y caudaloso, termine convirtiéndose en un secarral algún día. Así son estos ideólogos del pensamiento populista demagógico de extrema derecha. Especies peligrosas que con sus prácticas voraces y mercantiles van camino de convertirse en los mayores depredadores que haya conocido el planeta Tierra en cinco mil millones de años de existencia.
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