(Publicado en Diario16 el 26 de agosto de 2019)
Pedro Sánchez quiere llevar la negociación para formar Gobierno hasta el último minuto del partido. Cree el presidente en funciones que de esa manera, sobre la bocina, y ante el vértigo de unas nuevas elecciones generales, Unidas Podemos se terminará quebrando y aceptará casi cualquier cosa, incluso un cheque en blanco para el Ejecutivo del PSOE a cambio de nada. Por tanto Moncloa (con su gurú Iván Redondo trazando la estrategia) tiene claro cuál debe ser el plan a seguir. Ahora bien, Sánchez quizá se esté equivocando a la hora de leer la situación política de nuestro país. El primer error es, sin duda, descartar definitivamente un Gobierno de coalición con la formación morada. El hecho de que las negociaciones celebradas antes de las vacaciones fracasaran no debería ser un obstáculo para retomarlas de nuevo y explorar nuevas fórmulas de colaboración (¿qué fue de aquel espíritu de cooperación con el que ambos partidos iniciaron su tortuosa mesa de diálogo?)
Sin embargo, la tesis que está vendiendo el PSOE a fecha de hoy es que ya no le interesa un gabinete con ministros o ministras de Unidas Podemos, de modo que apuesta por un Gobierno monocolor socialista con apoyos puntuales del partido de Pablo Iglesias. Ese drástico cambio de rumbo, esa sentencia final, implica asumir graves riesgos, el primero y más importante acudir por enésima vez más a las urnas, lo que significaría debilitar todavía más a la ya maltrecha izquierda española. Es decir, apostar a la ruleta rusa de unas nuevas elecciones puede que le reporte algunos diputados añadidos al PSOE, tal como piensa Sánchez (de hecho las últimas encuestas de Tezanos dan al alza a los socialistas) pero ello sería a costa de erosionar a Unidas Podemos. Estaríamos pues ante otra victoria pírrica que no resolvería nada, ya que las matemáticas seguirían imponiendo su dramática verdad y la cuenta, la suma de escaños necesarios para lograr mayoría absoluta y poder gobernar en solitario seguiría sin salir.
¿Qué pretende por tanto Pedro Sánchez al cerrarse en banda ante la invitación de Pablo Iglesias para recuperar el diálogo? Cabe imaginar que jugárselo todo a una carta en la pugna abierta por la hegemonía de la izquierda española; lanzar un desafío total y a muerte a Podemos; arrastrar al partido morado al abismo de unos nuevos comicios en la creencia de que esa será la madre de todas las batallas. Sánchez está convencido de que de repetirse las elecciones en el mes de noviembre el PSOE las ganaría con holgura y Podemos cosecharía un mal resultado, pagando así el precio por su negativa a aceptar la primera oferta que le hicieron los socialistas: el famoso pack de una vicepresidencia y tres ministerios que Iglesias rechazó al considerarla una “propuesta decorativa”. El presidente en funciones, en su descanso vacacional de Doñana, parece haber concluido que llevar al país a las urnas sería el principio del fin de Unidas Podemos, una aventura que comenzó con la ola de indignación del 15M y que puso al PSOE en jaque, al borde de su liquidación como partido referente de la izquierda española.
Si lo que pretende Sánchez es ir a nuevas elecciones para jugarse un mus con los españoles y derrotar a Iglesias en este peligroso juego de tronos en que se ha convertido la política en España se equivoca de todas todas. Puede que Unidas Podemos salga algo más erosionado y tocado de ese envite, pero nunca derrotado, ni aniquilado, ni condenado a la marginación, que es lo que pretende lograr Sánchez con su órdago suicida en las urnas. El problema seguirá estando ahí (no hay nada más tozudo que las matemáticas) y tendrá que volver irremediablemente a la casilla de salida, como en el peor día de la marmota. Aunque, eso sí, en un escenario notablemente distinto, con una derecha mucho más reorganizada y fuerte alrededor de España Suma (el nuevo proyecto de Pablo Casado que quizá, quién sabe, termine cuajando) y con la amenaza franquista de Vox más viva que nunca. Demasiado riesgo para tan poco beneficio.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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