(Publicado en Diario16 el 16 de septiembre de 2019)
Los plazos se agotan inexorablemente y PSOE y Podemos llegan al borde del precipicio, al Rubicón antes de la repetición de las elecciones, sin un acuerdo. ¿Quién pierde más si finalmente Pedro Sánchez y Pablo Iglesias deciden dar el arriesgado paso y llevar al país a unos nuevos comicios? Sin duda, Unidas Podemos. Los socialistas han sabido vender mejor su película de suspense, por momentos un interminable y tedioso culebrón venezolano sobre las tomentosas e infructuosas relaciones de la izquierda española. Los sondeos del CIS, por mucho que hayan sido debidamente sazonados por Tezanos, son empíricamente contundentes y apuntan a un crecimiento del partido del puño y de la rosa mientras Unidas Podemos sufriría una nada desdeñable erosión en número de votos y escaños. No extraña por tanto que el PSOE esté deseando agarrarse al clavo ardiendo de la urna.
De alguna manera, y aunque no haya sido exactamente así, Sánchez sale de esta historia de amargo desamor veraniego como la parte que siempre ha querido recomponer la relación rota. Hoy mismo Isabel Celaá se quejaba en una emisora de radio de que en estos cinco meses de negociación el Gobierno en funciones ha presentado hasta cinco propuestas de pacto y ninguna ha agradado a la formación morada.
Por su parte, Iglesias queda como el cónyuge siempre insatisfecho, el pretendido que esperaba ser feliz y comer perdiz y que al final, al sentirse engañado con una mala boda, ha dado calabazas por despecho a su pretendiente. Mala carta de presentación de cara a unas nuevas elecciones, ya que buena parte del electorado pagará su frustración con un líder que se había presentado como la gran esperanza de una izquierda real, práctica, y que queda retratado como un político teórico que a menudo se pasa de hormona y de frenada, un catedrático arrogante y demasiado ambicioso a quien su testarudez inquebrantable y su falta de pragmatismo le suelen jugar malas pasadas.
Sin duda, el PSOE ha sabido vender mejor su relato, su guion de este thriller hitchcockiano que ahora termina salvo sorpresa de última hora. De algo debían servir los 140 años de historia, la inmensa experiencia y tantas batallas y trilerismos políticos. Al final, la poderosa maquinaria de propaganda del partido socialista se ha terminado imponiendo sobre un grupo de muchachos novatos, bienintencionados, utópicos y felices que llegaron para asaltar los cielos y no han podido (o no han sabido) pasar de la primera planta del edificio. Ya se lo dijo a Iglesias el siempre acertado y atemperado Aitor Esteban: el cielo se conquista nube a nube. Gran consejo que ha desoído, una vez más, el líder de Podemos.
Ir a unas nuevas elecciones será una aventura descabellada sin duda. Pero lo es más para Unidas Podemos que para el PSOE, que seguirá aumentando su poder, aunque no consiga la mayoría absoluta. ¿Qué puede hacer Iglesias en estos minutos finales de infarto para salvar los muebles, para evitar un suicidio político que parece prácticamente asegurado, como lo fue en su día la Izquierda Unida iluminada de Julio Anguita? Reconsiderar la situación, pensar por una vez con la cabeza y no con el corazón, aceptar el programa con las 370 medidas del PSOE (que ofrece suficientes mecanismos de garantías de cumplimiento del pacto) dar el sí quiero a la investidura de Sánchez y poner en marcha el reloj de la democracia con una oposición dura, tenaz e implacable contra el Gobierno socialista.
Solo así Iglesias quedaría como el héroe de la película, desbloqueando la parálisis institucional que sufre el país desde hace demasiado tiempo. Solo así podría afianzar el liderazgo en su partido durante cuatro años más, ya que otro batacazo electoral en noviembre le obligaría a replantearse la dimisión. Lamentablemente, no parece que Iglesias sea de esos hombres que rectifican a tiempo, como los sabios atenienses. El potrillo indómito y salvaje tirará otra vez al monte. En otra decisión errática y poco meditada, ya le ha pedido a Felipe VI que medie en la ronda de conversaciones para que trate de convencer a Sánchez de que firme un Gobierno de coalición, una oferta que está más caducada que la carne infectada con la listeria. ¿Qué sentido tiene esa disparatada idea? ¿Qué pinta el revolucionario jacobino que llegaba para cargarse la monarquía pidiéndole favores al Borbón? No parece serio. Porque el show de la comedia funciona durante un tiempo. Hasta que la parroquia empieza a hartarse.
Viñeta: Igepzio
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