miércoles, 4 de septiembre de 2019

EN LA CASILLA DE SALIDA


(Publicado en Diario16 el 27 de junio de 2019)

Hemos vuelto a la casilla de salida. Las negociaciones entre PSOE y Podemos para llegar a un Gobierno de cooperación han embarrancado y a fecha de hoy la sombra de unas nuevas elecciones planea de nuevo. ¿Pero a quién le favorecería que vayamos por enésima vez a las urnas? Desde luego no a la izquierda. Los socialistas acumularon un buen granero de votos en las pasadas elecciones porque surtió efecto el miedo al ascenso de la ultraderecha y porque muchos votantes de Podemos optaron por la papeleta más útil. Pedro Sánchez no debe olvidar que su victoria es un préstamo a corto plazo de los españoles que tendrá que devolver de no conseguir formar un Gobierno. De ahí que su única salida sea pactar por la izquierda. El “con Rivera no” que le gritaron sus votantes la noche de la pírrica victoria debe tenerlo muy presente el presidente en funciones.
Tampoco a Pablo Iglesias le beneficia unos nuevos comicios. En medio de la crisis interna de su partido, con su liderazgo cuestionado por un sector de las bases y fracasada la negociación con el PSOE, la formación morada seguramente quedaría como está en el escrutinio o incluso podría volver a perder otro buen puñado de sufragios. Además, si Podemos quiere ser un partido útil que ayude a impulsar políticas sociales y no terminar como un mero animador sin poder real no le queda otra que rebajar sus pretensiones de estar en el Consejo de Ministros y conformarse con colocar a altos cargos en la Administración Pública, tal como propone Sánchez. Sería una buena forma de empezar a probar si la maquinaria del Gobierno de cooperación funciona. Más adelante habría tiempo de profundizar en fórmulas más estrechas de colaboración.
Ni que decir tiene que Albert Rivera es el último que desea una repetición de las elecciones. Su negociación con la ultraderecha ha sido humillante y prueba de ello es que altos cargos del partido naranja han abandonado un barco que parece ir a la deriva. Toni Roldán y Javier Nart han arrojado la toalla mientras Rivera sigue sin dar la cara y se escuda en su mano derecha, Inés Arrimadas, para justificar lo injustificable: los infames pactos con Vox en Andalucía, Madrid y otros muchos municipios del país.
Quizá Pablo Casado pueda tener la tentación de probar suerte en la ruleta rusa de una nueva convocatoria electoral pero está por ver si en estos meses ha logrado recuperar la confianza perdida de su electorado. El descalabro en las generales fue histórico (hasta se habló de cerrar la sede de Génova 13 por la caída de ingresos para financiar el partido) y aunque consiguió salvar algunos muebles en las municipales la formación del charrán (o la gaviota) sigue en la cuarentena de la crisis y por lo que parece va a estar una larga temporada en observación en la UCI. Sería mal momento para volver a probar suerte en las urnas.
Sin duda, el que nada tiene que perder es Santiago Abascal. Cosechó unos buenos resultados en las generales (logrando entrar en el Congreso de los Diputados con 24 escaños) y aunque perdió un millón de votos en las municipales lo cierto es que ha conseguido hacerse un hueco en la vida política española. Vox es un partido minoritario pero su buen manejo de las redes sociales y la impagable publicidad gratuita que le hacen los medios de comunicación cada vez que alguno de sus líderes suelta una burrada o exabrupto le dan una importancia, una notoriedad y un aparente poder que no tiene. Vox ha llegado para desestabilizar el sistema y nada mejor que una repetición de las elecciones para enviarle al ciudadano el mensaje equívoco de que la democracia, tal como hoy la conocemos, es un modelo agotado, y de que tenemos una clase política, un establishment de instalados incapaces de resolver los problemas de los ciudadanos.
Si entre todos nos llevan de nuevo a las urnas es más que previsible que cunda la desafección y la indignación del pueblo ante unos políticos que no saben ponerse de acuerdo, y ese desencanto disminuirá ostensiblemente el elevado índice de participación de las pasadas elecciones. Además, el efecto del miedo a Vox que tan buen resultado le dio a la izquierda se ha diluido. Ya hemos visto la película de terror que nos contaban y muchos votantes pueden llegar a creer que no es para tanto, que el espantajo no asusta como decían, y quedarse en sus casas sin ir a votar.
Resulta evidente que no estamos en el mismo escenario que antes de las votaciones. Vox ya no parece ese diablo fascista con rabos y cuernos que asomaba la bota militar y el aguilucho franquista. Sus rivales políticos en la derecha lo han maquillado debidamente para que el monstruo parezca más dócil, menos aborrecible. De alguna manera los Moreno Bonilla, Díaz Ayuso, Martínez-Almeida, Rivera y Arrimadas han domesticado a la bestia. E incluso le han permitido sentarse en las instituciones. Si ya están dentro y los camisas azules falangistas no campan a sus anchas por las calles y plazas de nuestras ciudades; si nuestra democracia parece seguir funcionando a trancas y barrancas, igual que antes de que ellos llegaran; y si de momento no nos obligan a Cantar el cara sol ni El novio de la muerte será que no son tan malos como los pintan, pensará buena parte de ese electorado que se movilizó por miedo a la ultraderecha. Concluir que Vox es como cualquier otro partido sería nuestro más grave error. De ahí que Sánchez e Iglesias tengan la obligación moral y política de pactar un Gobierno para seguir frenando a los ultras. El que sea y como sea, monocolor o de cooperación. Pero un Gobierno cuanto antes.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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