(Publicado en Diario16 el 5 de marzo de 2019)
Hubo un tiempo en que las revoluciones se hacían con cañones y pólvora. Se sabe que griegos y romanos envenenaban el agua de las ciudades que asediaban. Durante la Edad Media los ejércitos usaban catapultas para arrojar cadáveres y excrementos infectados con la peste sobre las murallas de los castillos enemigos. Y ya sabemos que Bin Laden recurrió a sobres con ántrax durante los ataques del 11S. El ser humano ha recurrido a armas tan retorcidas como su propia degenerada y enfermiza imaginación. Tras escuchar al ex delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, que ha prestado declaración esta mañana durante el juicio del ‘procés’, ya podemos añadir un nuevo artefacto bélico a la lista: el Fairy.
Según el alto cargo del PP, durante los días convulsos del 1-O un agente le dijo que habían tirado el peligrosísimo detergente lavavajillas en la entrada de los colegios electorales para que los policías cayeran al suelo y les pudieran “patear la cabeza”. No consta en los informes del sumario cuántos antidisturbios sucumbieron en la trampa de esa arma de destrucción masiva, pero sí tenemos un dato constatable: ningún policía terminó en el hospital con la testa reventada ni tuvo que darse de baja por graves heridas.
“Los agentes me explicaron que incluso les habían golpeado en la cabeza usando llaves marciales”, ha continuado Millo, que conoció “testimonios estremecedores”, como “dedos rotos, alguna fractura de pierna, un chaleco antibalas rajado, algo que no se puede hacer con una uña”. El episodio sobre el chaleco antibalas roto resulta ciertamente espeluznante.
Si George W. Bush fue capaz de organizar una guerra en Oriente Medio para encontrar las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, Mariano Rajoy nunca debería haberse retirado de la política sin enviar a la Legión a Cataluña para localizar ese armamento definitivo, esa sustancia ultrasecreta y mortífera, el Fairy que solo su nombre provoca escalofríos y que debería estar prohibido por la Convención de Ginebra, ya que pasará a la historia por hacer tanto o más daño que los gases venenosos de Verdún.
“No se puede negar la violencia en el independentismo; había personas que estaban concentradas esperando la llegada de la policía para impedir su actuación, con actuaciones de carácter violento. Se ejerció violencia contra la policía judicial”, ha proseguido Millo con su “relato estremecedor”.
Primero fueron los coches de la Guardia Civil devastados por los CDR, después los escudos humanos casi suicidas que se desplegaron en los colegios electorales durante el 1-O y ahora el aniquilador Fairy, un ungüento de color verde Vox con el que los pobres “piolines” caían como chinches, tal como les pasó a los marines yanquis bajo las balas de los japos en Guadalcanal.
Con el Fairy de Millo, la raza humana ha sobrepasado todos los límites de la ignominia y la violencia destructora y a su lado la Little Boy que arrasó Hiroshima en el 45 fue un juguete de niños. Escuchando el relato de Millo sobre la verdad de lo que sucedió en Cataluña el 1-O, solo podemos concluir que aquello debió ser horrible, una verdadera matanza, una escabechina, un día de la infamia solo comparable al ataque traidor y felón (como diría Casado) de los moros durante el desastre de Annual.
Si William Randolph Hearst le dijo a uno de sus viñetistas aquello de “tú haz los dibujos, que yo pondré la guerra”, cuando lo de Cuba, Millo ha terminado diciendo algo muy similar: “Tú dame el Fairy, que yo pondré la rebelión catalanista”. Y es que en esto del ‘procés’ unos se inventaron una República que no existía y otros una revolución cruenta y sangrienta que solo vieron los que nos gobernaban en esos despachos tan lejanos.
Viñeta: Jaime Vendrell.
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