(Publicado en Diario16 el 13 de marzo de 2019)
Tras cuarenta años de democracia, hoy ya podemos decir sin temor a equivocarnos que España se ha especializado en fabricar políticos corruptos. La maquinaria de producir manzanas podridas ha funcionado a pleno rendimiento desde 1978 y en algunos momentos de nuestra historia reciente el cosechón ha sido espectacular, como el pasado Gobierno del PP, cuando más de 500 cargos públicos llegaron a estar imputados en un alud sin precedentes de casos turbios y escándalos sonados. Corruptos los ha habido en todos los partidos y de todos los colores, de izquierdas y de derechas, centralistas y nacionalistas, monárquicos y republicanos, mayormente en el PP y en el PSOE, los dos grandes pilares del bipartidismo borbónico.
No han sido pocos los que en nuestro país han entendido la política como el arte de hacer dinero fácil y de instalarse a tope en el poder. La corrupción ha sido, sin duda, el gran cáncer de la democracia española, pero no debemos pasar por alto otro gran mal endémico de nuestro tiempo que ha terminado por socavar el sistema: el transfuguismo.
Desde el final del franquismo, los tránsfugas han sido legión. Ejemplo paradigmático fue el célebre ‘tamayazo’, aquellos dos diputados autonómicos del PSOE de Madrid, Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, que con su abstención ‘in extremis’ y su paso al Grupo Mixto impidieron la investidura del socialista Rafael Simancas como presidente regional, allanando el camino de Esperanza Aguirre hacia el poder en 2003. Tampoco podemos olvidar cómo el popular Eduardo Zaplana, hoy en serios problemas con la Justicia, llegó a la alcaldía de Benidorm en 1991 gracias al voto de otra tránsfuga del PSPV: Maruja Sánchez.
Ese ejercicio nocivo de la política es el que Ciudadanos está impulsando últimamente con el pretexto de que se trata solo de “grandes fichajes”. El último caso lo ha protagonizado Silvia Clemente, la ex consejera del PP de Castilla y León y ex presidenta de las Cortes Autonómicas, que ha firmado por Ciudadanos en un intento de relanzar su carrera política. Clemente se había postulado como la gran apuesta de Albert Rivera en aquella comunidad autónoma de cara a las próximas elecciones, aunque finalmente la jugada, consistente en robarle uno de sus ases más preciados al PP, parece que le ha salido mal al líder de la formación naranja. En apenas unos días, todas las maldiciones se han conjurado alrededor de la penúltima tránsfuga de la política española. Al anuncio de que la Justicia abrirá una investigación contra Clemente por la subvención oficial de medio millón de euros que supuestamente recibió la empresa de producción de patatas de su marido cuando ella era consejera de Agricultura se ha unido el fiasco de las elecciones primarias en el seno del partido y el consiguiente escándalo del supuesto pucherazo.
Que Ciudadanos se vea envuelto en supuestos amaños electorales y en el transfuguismo más burdo es la peor noticia para un partido que a pocas semanas del 28A ha hecho de la regeneración política y moral una de sus grandes promesas electorales. La lista de eso que Rivera ha dado en llamar grandes “fichajes”, a la manera de Florentino Pérez en el Real Madrid, no se ciñe solo a Silvia Clemente. En los últimos días el partido naranja ha tratado de cerrar la incorporación del ex presidente del Gobierno de Baleares, el popular José Ramón Bauzá; del hasta ahora socialista Joan Mesquida, ex director general de la Guardia Civil y de la Policía Nacional; y de la ex secretaria de Estado y ex portavoz del PSOE, Soraya Rodríguez, para sus listas europeas, según informaciones de El Mundo. Una plantilla que promete engordar en las próximas semanas.
Haber tolerado y promocionado una práctica que va contra la democracia misma, como es el transfuguismo, ha sido el mayor error de Rivera desde que llegó a este ingrato negocio de la política en el año 2005. Dar carta de naturaleza a ese cambalache descontrolado no contribuye precisamente a llevar higiene y regeneración ética a una democracia como la española tan necesitada de comportamientos y actitudes honestas. Si lo que pretendía Rivera era limpiar la vida pública nacional, ha elegido una forma bien extraña: alimentar el “chaqueterismo” político que lamentablemente está más de moda que nunca.
Hay quien asegura que el transfuguismo obedece a la legítima evolución ideológica y personal del político en cuestión, pero la verdad es que casi siempre suele consistir en una traición a los principios y a las ideas, un adulterio profesional por los más diversos motivos: poder, fama, dinero, promoción personal, ambición en suma. Desgraciadamente ya nos hemos acostumbrado a que los políticos se paseen de un partido a otro como Pedro por su casa y lo vemos hasta normal. Hoy el político converso no está tan mal visto como antes, sin duda porque la sociedad ha sufrido un preocupante proceso de frivolización y relativización de todo y valores como la lealtad, la integridad y la honestidad se encuentran en franca decadencia. Pero conviene no perder de vista que esa práctica denigra, devalúa y degrada la democracia de un país.
Rivera que no nos hable más de su regeneración ética consistente en la promoción de oportunistas, desertores y tiralevitas que con el pretexto de la dedicación al ciudadano solo van buscando pillar cacho (en este caso cargo). Que no trate de convencernos el líder de C’s de que su partido está limpio de polvo y paja. Porque ya no cuela.
Viñeta: El Koko Parrilla
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