(Publicado en Diario16 el 16 de marzo de 2019)
De una reunión entre Donald Trump y Jair Bolsonaro no puede salir nada bueno. Sobre todo si es secreta. Ambos mandatarios mantendrán una entrevista “de carácter privado” la próxima semana en Washington y la comunidad internacional tiembla ante las decisiones que puedan adoptarse allí. El líder del mundo libre y el dirigente sudamericano más poderoso en la actualidad deberían aprovechar para dar un repaso a la agenda de graves problemas de la humanidad como el desarme nuclear, el cambio climático que amenaza con destruir el planeta (la Amazonia va camino de la deforestación), la crisis migratoria o el hambre en el tercer mundo. Lamentablemente, no se hablará de nada de eso y probablemente los dos machos alfa del nacionalismo populista americano dedicarán buena parte de su reunión a lo único que les interesa en este momento: cómo derrocar a Nicolás Maduro y echarlo de Venezuela.
A Trump y Bolsonaro les une una especie de fobia al extranjero y una neurosis incurable ante el “mal del comunismo”, por lo que no pararán hasta aplastar a la izquierda en todos y cada uno de los países del cono sur. No extrañaría por tanto que de ese primer contacto en Washington saliera un detallado plan militar −en el que participarían además de Estados Unidos y Brasil otros estados latinoamericanos−, para derrocar los regímenes izquierdistas sudamericanos, empezando, claro está, por el bolivariano de Maduro. Cuba, aunque de momento ha pasado a segundo plano, sería la segunda ficha del dominó en caer.
Las noticias que llegan de ambos países al otro lado del Atlántico no pueden ser más alarmantes. Algunos periodistas norteamericanos, como el legendario Bob Woodward, describen a Trump como un “inculto, colérico y paranoico”, un desequilibrado constantemente obsesionado por amurallar la frontera estadounidense con México. Acosado por escándalos sexuales de todo tipo y por sus posibles conexiones con el Kremlin en las elecciones de 2016, las que le dieron la llave del poder, el inquilino de la Casa Blanca es capaz de cualquier locura a golpe de tuit. Se dice incluso que sus colaboradores más allegados se devanan los sesos para encontrar la forma de quitarle al presidente el maletín nuclear que podría enviar a la humanidad a la Edad de Piedra. Conviene no olvidar que Donald Trump ya preguntó en una ocasión, durante la campaña electoral, sobre las ojivas atómicas: “Si las tenemos, ¿por qué no podemos usarlas?”
Trump y Bolsonaro son dos productos del neofascismo del siglo XXI que se ha fraguado con las nefastas consecuencias de la globalización, el odio al inmigrante, el capitalismo salvaje, la depresión poscrisis, el pánico al terrorismo islamista y la vuelta al nacionalismo populista, todo ello convenientemente agitado en la coctelera de las redes sociales, auténtico motor de manipulación de mentes y de masas. Tampoco conviene olvidar otros factores, como el auge de las sectas y la religión más ultraconservadora que se recuerda desde hace décadas (el tea party en Estados Unidos y los evangélicos brasileños), el control de los medios de comunicación y la libertad de prensa, el rechazo al aborto, a la homosexualidad y al feminismo y un militarismo exacerbado que no escatima a la hora de incrementar los presupuestos en Defensa.
Con estos mimbres y en perfecta sintonía, Trump y Bolsonaro, dos machistas recalcitrantes declarados (“los niños deben vestir de azul y las niñas de rosa”) planean edificar una gran plataforma de extrema derecha a la americana, cuyo paso siguiente sería fusionarse con los principales partidos ultras europeos para crear una gran internacional nacionalista. Vox tendría un lugar preferente reservado en esa supuesta organización supranacional tras los íntimos contactos que sus dirigentes han mantenido en los últimos dos años con importantes asesores de la Casa Blanca, entre ellos Steve Bannon. Así las cosas, el futuro de la humanidad no puede ser más sombrío y el viejo sueño de Hitler de levantar un imperio ultranacionalista que perdure durante mil años en todo el mundo está más cerca de hacerse realidad.
El planeta Tierra se enfrenta al mayor reto desde la última extinción, hace millones de años: el cambio climático derivado de la acción humana con la consiguiente contaminación de la atmósfera y los mares y la desaparición de cientos de especies animales y vegetales. Una nueva conciencia ecologista está despertando en los cinco continentes, como demuestran las manifestaciones del 15M siguiendo la estela de la pequeña Greta Thunberg. En este momento crítico el ser humano necesitaría de líderes honestos, inteligentes y con principios morales elevados capaces de tomar decisiones drásticas para evitar el apocalipsis que se prepara. Lamentablemente los votantes de muchos países han optado por colocar en el poder a inconscientes, mediocres y clowns, auténticos irresponsables que como Donald Trump niegan el calentamiento global solo porque en invierno miran el termómetro y ven que sigue haciendo frío. Los payasos continúan con su espectáculo grotesco mientras la humanidad se encamina al desastre final.
El ‘trumpismo’ es contagioso, pero no va a ser una enfermedad pasajera que desaparezca cuando el magnate de los negocios abandone el poder y regrese a su palacio de cristal neoyorquino. La simiente ideológica está bien plantada y cientos de millones de personas en todo el mundo están dispuestas a recoger sus frutos. Empezando por Brasil y terminando por España.
Viñeta: Igepzio.
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