(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 25 de mayo de 2009)
Los poetas, como los políticos, siempre han tenido algo de rufianesco. Unos y otros manejan la pluma y la palabra como quien maneja la faca traicionera. Cuando el cuerpo de Benedetti aún estaba caliente y se le veneraba en sede parlamentaria, como a un padre de la democracia, Gamoneda, aquí un poeta, que no un amigo, se descolgaba con que el genio uruguayo era un artista «menor» que escribía con un lenguaje «normalizado y coloquial».
A uno le parece que el esnobismo artístico es la corrupción del arte por el arte, como el pastizamen de las comisiones es la corrupción de la democracia, ya veremos lo que pasa con ese desfile de moda por la pasarela judicial valenciana, ya es primavera en El Corte Inglés, planta primera.
El gran drama del arte es que se lo apropiaron las élites, lo hicieron nobles para nobles, reyes para reyes, pijos para pijos. Alberti se definió como poeta en la calle y terminaron cantándole hasta los punkarras de Tierno. Eso era Mario, un poeta de la calle.
Cuanto menos, el cervantizado Gamoneda ha tenido poca elegancia y poca sensibilidad (cualidades principales del poeta) con un colega que ya no puede levantar su pluma para defenderse. Él sabrá de dónde le viene tanta inquina literaria. De las entrañas líricas, se supone. Y luego dice Gamoneda que Benedetti fue un hombre «necesario», esto lo suelta, sin duda, para quedar bien. Como buen poeta, sabe que puede haber puñalada sin elogio, pero es raro que haya elogio sin puñalada, creo que eso lo dijo Quevedo hace unos días.
Gamoneda es el poeta de lo esotérico, lo oculto, lo simbólico que ni dios entiende. Mario era el poeta de la luz, la palabra clara y sencilla, el metalúrgico del lenguaje, el proletario del verso, el bufón antiyanqui, el exiliado de la vida (un exiliado nunca deja de serlo), el futbolero soñador, el marido que cuidó a su mujer enferma, el mecánico de la literatura que trabajó para Will L. Smith, repuestos para automóviles sociedad anónima. Fue el alma de un Montevideo de obeliscos, pendejos, rabizas y militronchos conspiradores. El galán de bigotillo digno, no como otros bigotes que bichean por ahí, él era el bigote de jubilado adorable que fuma en verso. Algunos lo han definido como el poeta del compromiso. Un mal titular, compromiso es atadura, ortodoxia, una cosa manida, cutre/progre, y él era un espíritu libre.
En este país, todo escándalo se riega con un buen homenaje, alfombra roja y vinillo de Jerez si hace falta, hombre. El señor Gamoneda parece que ha querido poner el puntito de provocación y escándalo a la vida honrada y fértil de un escritor. Aquí, los genios y los grandes hombres son linchados mientras los convictos escriben libros y se forran en la caja tonta. A Fabra le rindieron pleitesía aquella noche caribeña de camisas guayaberas, sobacos embriagados y cubatas como lingotes de oro. A Camps, sus barones y baronesas lo han vitoreado entre los tapices de palacio, un acto de adhesión que ha sido un fresco paleocristiano, feudal, nobiliario, larga vida al rey.
Yo a Benedetti le agradeceré que me rescatara de un viejo hotel de Manhattan, Octava con la 48, la del vicio, putis y travelos mayormente, un año antes de lo de las Torres. Aquella tarde leí con devoción sus cuentos completos (Benedetti es antes que nada un cuentista formidable). El huracán Floyd batía contra las ventanas y en el pasillo un electricista polaco subido a una banqueta y equipado con bermudas y destornillador terminaba de estropear la bombilla del techo. Fue el penúltimo drama neoyorquino antes del apocalipsis. Un cielo de lodo, golgotiano, rascacielos temblando, ríos torrenciales bajando por las calles, policías con chubasqueros amarillos sucumbiendo en el oleaje de coches, fulanas negras tiritando y fumando en las bocas de Metro. Yo riéndome con Benedetti, el mundo derrumbándose.
La literatura es un refugio, un consuelo, un valium moral contra la desesperación. Todo eso lo da Benedetti por mucho que la brigada Gamoneda, elitista y pretenciosa, se empeñe ahora en despreciarlo. Mario, un escritor para la calle, un misionero de la literatura, un sabio exiliado, deportado, amnistiado. El maestro que abrió el sur a Serrat. Un amigo, en fin. Gracias por todo viejo.
Imagen: Andrés Cascioli
Imagen: Andrés Cascioli
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