miércoles, 6 de febrero de 2013

EL GRAN LÓPEZ

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 9 de noviembre de 2009)

Hizo de atracador a las tres, de travestón silencioso con rebeca de punto, de salido cazador de suecas, de ligón accidental calvo y feo que no se comía un colín ni en las playas facilonas de Benidorm, de discípulo del destape, de hombre lobo feroz a la gallega (como Rajoy), de oficinista pelota y genuflexo (a los pies de su señora), de ciudadano ejemplar con bigote afranquistado (hoy el bigote ha dejado de ser franquista, se ha ido a la esteticien y vive decentemente en los despachos corruptos del poder). Hizo, en fin, de hombre de su tiempo, de hombre de su época. Pues que se llamaba López Vázquez y se nos acaba de morir. 
Uno, que es hijo de la televisión, y a mucha honra, tuvo su primer encuentro con el genial cómico una noche en blanco y negro, allá por la Transición, no sé de qué año. TVE, que ya por entonces era el Cinexin de los pobres, o sea del país entero, estrenaba La cabina, de Antonio Mercero. Yo no tendría más de cuatro años pero hoy todavía siento un extraño escalofrío ancestral, un repelús cinematográfico cuando entro en un ascensor (cabinas telefónicas ya no quedan, que se las ha llevado un señor de Vodafone, y ahora los gángsteres te rematan en el coche, sin dejarte hacer la última llamada, como a ese pobre futbolista argentino). Toda una generación aún tiene pesadillas con aquel hombre gris de la cabina que murió asfixiado por la falta de aire democrático, por el gas Zyklon de la dictadura, por la escasez de libertad. La nuestra es una generación traumatizada por Marco, el tejerazo y aquel kafkiano a la española al que nadie supo cómo sacar de la cabina homicida de Mercero. 
Pero ante todo, en lo que mejor ha dado López Vázquez, en lo que fue sublime, y por lo que será recordado y añorado, es en ese papel de españolito medio, pedestre, vulgar, ese macho ibérico desorientado, bajito y cabreado, ese typical spanish pobre de solemnidad y sediento de sexo y democracia que vivió y sobrevivió en la España hambrienta del tenebrismo, el miedo y la posguerra. 
López Vázquez, el actor genial con cara de enterrador cachondo, se muere ahora que el españolito medio/bajo se nos asfixia en una crisis que es otra posguerra en color y sin NO-DO, una edición remasterizada del bandolerismo desarrollista, tardofranquista y caciquil, una de destape político y corrupto sobre la era del trincamiento a manos llenas, la era del me lo llevo crudo, del todos a la cárcel, del cachondoliberalismo que nos están imponiendo y que huele a mierda, porque el dinero, lo dice Freud, huele a mierda, y según Papini es el estiércol del demonio. Ya contamos los paratas mensuales de cien mil en cien mil, mientras los ricos, los riquísimos, la patronal, Bruselas, el FMI y su puñetera madre, siguen a las mismas, palo al obrero, caña al proletariat que es de goma, toma liberalismo, rojo masón. 
Quiere decirse que López Vázquez era el actor que nos hacía falta para las películas que van a salir esta temporada de posguerra que vivimos, la posguerra de la corrupción, de la crisis global, de la poscrisis. Cientos, miles, millones de López Vazquez alopécicos de miseria, se levantan cada mañana con sus sonrisas tristes, amargas, lópezvazquianas, con sus rostros corrientes y triviales, con sus carteras vacías y sus tragicomedias a cuestas. Se levantan para buscar un pisito imposible, o un empleo sin contrato, aunque sea de verdugo o de chófer en casa del señorito, o una Gracita Morales a la que dar un achuchón guatequero, o un puesto de ladrón en la oficina, porque los ladrones también van a la oficina, eso lo saben mayormente los de la Gürtel y los peperos que les ponían mesa y típex para que cuadraran las cuentas. 
El españolito de hoy, ese cuerpo social de López Vázquez clónicos, informatizados y posmodernos, sigue siendo explotado como siempre, sigue malviviendo, como siempre, en el teatro de la vida, en la vida que es un teatro. Todos llevamos dentro un López Vázquez. Nos creemos muy modernos y adelantados porque tenemos un plasma y hemos superado el 600 y el burrotaxi, pero en lo esencial, en lo idiosincrásico, seguimos aplastados por los de siempre, por los de arriba, por ese jefe faltón que gritaba a López Vázquez: ¡Martínez, el informe! Así que no hemos salido de la escopeta nacional, de la colmena, de Berlanga. 
Ser guapito de cara y tener éxito no tiene mérito. Lo difícil es entrar en la Historia del cine, o de lo que sea, siendo un feo integral con mucho talento y poco Stanislavsky, como era nuestro Buster Keaton ibérico. 
Se va y el cine se hace más pequeño. Mucha mierda allá en el cielo, maestro.

Imagen: elcorreo.com

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