Si nos fijamos bien, las metáforas de los políticos son siempre las mismas, que si el barco, que si los toros, que si el fútbol, y no hay un solo asesor en Moncloa que caiga en la cuenta y le diga al presidente que estas licencias literarias deberían estar prohibidas por sobadas. Pero que el premier pepero haga alusión a la metáfora de la embarcación es más que una metáfora un símbolo, un símbolo de que nuestros políticos se repiten hasta la saciedad y hasta la suciedad y les falla la imaginación, que es más importante que la lógica, ya lo dijo Hitchcock.
Uno cree que detrás de la metáfora recurrente del discurso de su excelencia está el ministro Wert, el prepotente, maquiavélico y engreído Wert. Ya se conocen sus aficiones literarias y sus pinitos radiofónicos (otro día hablaremos de por qué en este país se permite llegar a la política a cualquier artista/advenedizo). Por eso nos olemos que en el origen de las pobres metáforas que ayer esgrimió Rajoy (todas para olvidar) hay un mal literato, un poeta adolescente que no ha pasado del cursi Bécquer. Su discurso no solo fue patético y yermo desde el punto de vista literario, sino que no hizo un mal atisbo de autocrítica, por mucho que empezara su alocución con la triste cifra de parados, un brindis al sol para luego tirarse el nardo de lo estupendo que soy y lo bien que lo estoy haciendo, ea. Eso sí, para quien no hubo una mala metáfora fue para Bárcenas El Suizo y ya sabemos que el silencio, señor Rajoy, es el mejor arma de la complicidad.
Rubalcaba, por su parte, no empleó metáforas porque no le hacen falta, porque su capacidad de oratoria es la más potente del hemiciclo, pero al líder socialista le falla su pasado y un hombre con un pasado demasiado turbio siempre acaba metido en líos. A Rubalcaba, hombre brillante sin duda, lo mejor que le podría ocurrir es pasar a la reserva castrense, a la retaguardia política, y dejar paso a caras nuevas, a ideas nuevas, porque si no el PSOE acabará convirtiéndose en un dinosaurio de museo. La calle está en plena revolución, una revolución extraña, es cierto, ya que por la mañana el españolito se pone el traje de perroflauta 15M, rompe un par de escaparates bancarios y por la tarde se va al hamburguer con la familia. Pero es una revolución al fin y al cabo y sus señorías que están muy cómodos en sus escaños indolentes deberían saber que cualquier día puede irrumpir un grupo (no de picoletos borrachos, como en el 23F) sino un grupo de activistas de la calle cabreada que dé por suspendido el sistema corrupto en el que nos ahogamos todos. Las Cortes huelen a formol, a antiguas, y corren vientos convulsos, vientos telúricos por toda Europa, por lo que las metáforas viejas, dodecasílabas, bizantinas, ya no le sirven al gentío. Ya lo ha dicho el Financial Times: "En España todo huele a putrefacción". Y tanta mierda ya no se limpia con unas cuantas metáforas facilonas que ni dan brillo ni dan esplendor. El PP que revise su manual de ética y recursos literarios y el PSOE que se lo haga mirar. Por el bien de la democracia.
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