(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 8 de junio de 2009)
El caso Susan Boyle, esa mujer elefante que tiene hechizado al gentío del Imperio británico con sus gorgoritos radiantes, ha destapado, una vez más, la tragedia y la miseria de la televisión. Recuerde el lector que la chica se presentó al Tú si que vales a la inglesa y ha terminado en un frenopático porque no ha podido asimilar el éxito ni las pastillas.
El colapso nervioso de Susan nos pone, sin duda, ante la decadencia de Occidente de la que nos advirtió Spengler. Su derrumbamiento es el derrumbamiento de una Europa que sucumbe entre la neurosis del dinero y la astenia electoral. Lo vimos con aquel drama de la joven terminal que vendió su vida y su muerte al mefistófeles televisivo y lo estamos viendo otra vez con este cutreshow que han montado los magos del prime time recurriendo al zafio truco de la mujer barbuda. El europeo de hoy adora lo vulgar, lo hortera, lo decadente, lo cursi, lo corrupto, lo pasé. El europeo de hoy vota al Berlusconi despelotado en su cortijo lleno de ninfas y orgías neronianas, vota facherío democrático y vota a ese violinista insulso con cara de mustiez nórdica que se ha llevado Eurovisión (yo siempre tuyo Soraya, ya sabes amor). Verónica Lario, ex de Il Cavaliere, ha dicho que la política es ya una basura impúdica que vive de la televisión.
A veces pensamos en la telebasura como un laboratorio que produce cotilleos, noticias de la ingle y vísceras. Pero la telebasura no es otra cosa que el espejo de la realidad, la telerrealidad que producimos los peatonales en la calle. La telemierda somos todos, como Hacienda (o casi todos, que Carlos Fabra tiene barra libre).
Los moralistas de la cosa ya han puesto el grito en el cielo por una muchacha gordi, sensible y soñadora a la que unos brokers viciosos de la audiencia han puesto al borde del suicidio. No caen en la cuenta de que en la caja estúpida, que es el circo romano del siglo XXI, se trata de eso precisamente. Cuantos más higadillos, menudencias y criadillas, mejor. Cuanto más morbo, drama, cuernos, mugre, suicidios, follisqueo, muerte y tragedia, tanto mejor. Susan, la Galatea desbaratada del Pigmalión televisual, ha cumplido con el guión hasta el final. Mucho nos tememos que si la cosa ha triunfado en los platós de su Majestad también triunfará aquí, y seguro que a estas horas ya hay equipos de cazatalentos cianóticos, productores tarados y directores temulentos buscando una Susan desesperadamente por Teruel, que también existe.
Tout le monde sabe que la telebasura es un producto pesado hasta la cansinez, una cosa repetitiva, agobiante, necia. Un vulgar sucedáneo del star system hollywoodiense, sólo que en el cine se suicidan estrellazas como Marilyn que ascienden a los altares de la cultura universal y en la caja tonta lo hacen triunfitos con acné y cascajos sin oficio ni beneficio de los que nadie se acuerda al día siguiente.
Durante un tiempo, la telebasura fue inofensiva, y hasta divertida, y hacíamos la vista gorda, aunque nos costara un huevo y la yema del otro. Pero ahora la cosa es diferente. La televisión está empezando a producir cadáveres, y eso ya es más grave.
El gran sueño de Europa ha quedado reducido a la Champions, al parlamentarismo trincón de lores y comunes que no justifican sus facturas, al Festival de Eurovisión que es la Meca del mal gusto y a realitys como el de Susan Boyle, que es el cuento de la Bella y la Bestia, sólo que al revés. Tanto Montesquieu, tanto Rousseau y tanto Voltaire para terminar en el muslamen liposuccionado de la Esteban, cuídate Belén, cielo, que se te acaba el parné y se te ve muy demacradita, que cualquier día nos das un susto en el tugurio ése de Jordi González en el que desnudas tu biografía anodina.
La tele es garito de hospicianos, como diría Cela, y habría que añadir noria de graciosos con poca gracia, ventana de caricatos impotentes, gallinero de políticos acabados que van de sabios tertulianos, mancebía andaluza de pilinguis hambrientas de cartera y bragueta, docentes del bajo vientre como la Milá, nido de polluelos ágrafos, anillados y hormonados que persiguen un sueño podrido y oficina de desempleo de la farándula pesetaria. Una parada de monstruos que ni Tod Browning pudo imaginar. Lo mejor que se puede hacer con la tele es apagarla.
Hoy por hoy, en Europa lo que se lleva es vender el alma y otras cosas peores al diablo televisivo. Susan, chata, que te repongas cuanto antes de tu chute de vanidad empastillada. A lo mejor, con suerte y un par de exclusivas, hasta te sacan diez minutos en Doctor House. Y a vivir del cuento.
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