Los tercios llevaron la sífilis a América y ahora América, serpiente multicolor y emplumada, nos la devuelve en forma de trancazo azteca y mortal. Primero fue el mono bujarra que atracó en San Francisco, capital del whisky, para hacer del galán Hudson un espectro de pómulos hinchados. Luego fue la vaca chalada. Más tarde el pollo enfrebrecido. Y ahora nos llega esta movida del gorrino estresado y constipado con la que damos la brasa los periodistas y que está acollonando al personal.
Uno cree que toda esta cosa de la gripe A es una pieza más del motor que hoy mueve el mundo: el miedo. Todos tenemos miedo a algo o a alguien. Miedo al terrorista, miedo al cobrador del frac, miedo al paro, miedo al tótem de diorita que nos llega de África con la simiente dorada de Usain Bolt, un rayo negro y fugaz que ha roto en mil pedazos las leyes newtonianas. Yo mismo, como buen hipocondríaco que soy, y a mucha honra, le tengo pánico a la migraña, por eso siempre viajo con una aspirina debajo del brazo. Woody Allen cree que el miedo es su compañero más fiel porque jamás le ha engañado para irse con otro. Luego, ¿o fue antes? alguien dijo aquella chorrada de que el miedo es libre. Y un carajo. No hay nada tan paralizante, esclavizante y determinante como un ataque de miedo.
Pero me juego el chilindrín a que esta pandemia nos la quieren aplicar unos señores de Wall Street para que no pensemos en que la empresa SA, o sea sin alma, va a ponernos de patitas en la rue. Los analistas que echan las cartas ya anuncian un calentamiento otoñal con un millón de paratas subiéndose a la parra del Gobierno, mendigos de latón, clineros de semáforo, cojos Mantecas rompiendo escaparates y un actor oportunista en el estrado haciendo de Lenin. Lenin millonario, eso sí. Como pasa siempre cuando arrecia una crisis, el gurú de turno de la CEOE, el bonzo de los bolsillos reventones de pela, el anciano de la tribu de calvorones con pastón (esta vez le ha tocado a un tal Díaz Ferrán) anda por ahí el hombre exigiendo más flexibilidades y facilidades para seguir practicando el genocidio laboral. Está visto que el rico es un glotón insaciable. Peor plaga que la peste es la plaga de la pasta. Así que he aquí un Gobierno acorralado por la gripe, por los gatsbys y por el lumpen, por la derecha y por la izquierda, por ratones y hombres. Y De Cospedal y Trillo, mientras tanto, dándole y dándole a la rueca de la mentira. Se equivocó Zapatero donando el Tesoro de Atreo a los bancos. Sólo digo que si el PSOE hubiera meditado un poco más, si hubiera administrado mejor la escasez en lugar de la riqueza, como corresponde a un Gobierno socialista, ahora habría más subsidios para cubrir más paro.
Hay quien cree que el virus de la gripe A, el bichito malvado ése, se ha incubado en un corredor de la muerte porcino y transgénico, un gulag ganadero en el que malviven los sufridos y hacinados marranos del profundo Kentucky. Mira que nos lo avisó Orwell: los animalitos se revolverán contra nosotros. El caso es que los yanquis, desde que se han quedado sin enemigos, andan malmetiendo con su guerra blenorrágica. Ya no pueden recurrir a los soviéticos, ni a los amarillos, ni a los iraquíes, ni a los marcianitos verdes, que a Obama no le llega el parné presupuestario ni para mandar un cohete con piloto/simio. Lo de las Torres Gemelas fue un ensayo nuclear, el terror global televisado, en cinemascope, en prime time. Una obra maestra bien financiada por el moro extremo y bien guionizada por el gobierno Laden/Bush. Después de aquello sólo había una cosa que pudiera meter más miedo: una pandemia como Dios manda, un diluvio de bubónicos, medievales, engripados y acatarrados irreversibles. Y en eso están ahora.
Bien mirado, nos creíamos que nos iban a mandar al otro barrio con un mal polvete desgomado, kamikaze y flirt, y resulta que la vamos a palmar con algo mucho más trivial, un kleenex usado de segunda generación, un morreo de tornillo oxidado de infecciones, un vecino del quinto en calzoncillos agosteños que deja pegado su humus nasal en el botón del ascensor mientras se rasca los cuyons, como diría Carod, que también prepara su epidemia en la calle contra el TC.
Hay material suficiente para que un Saramago haga ensayo. Ensayo sobre la ceguera griposa. En fin, que van a terminar encerrándonos en casa bajo arresto domiciliario y sanitario, como a góticos personajes del Decamerón. Puestos a elegir tramas siniestras que fabrican pestes baratas, me quedo con los colceños callejeros de la Transición, que eran mucho más nuestros, como de la familia, y al menos les veías la jeta cuando llegaban con la motillo, camiseta grasienta y cigarro envenenado, calle arriba, para colocarte el garrafón venenoso. Ya se sabe: más vale peste conocida que peste por conocer. Uno, que es un antiguo.
Imagen: Lucho
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