La dimisión de Benedicto tiene más que ver con su hartazgo de tanto sepulcro blanqueado, con su impotencia para sujetar a la curia bancaria, que con su edad avanzada y su salud maltrecha. A este Papa lo recordaremos siempre por una decisión valiente, su sagrada dimisión, esa palabra que dentro de poco habrá que dar de baja en el diccionario de la RAE por arcaica y desusada. Un agnóstico es un ateo que todavía ha vivido poco y hasta el mundo agnóstico aplaude ahora a un papa íntegro que ha tenido un gesto humano tras una indigestión de injusticias eclesiásticas. "Ahí os quedáis, que yo me voy con mis libros a un monasterio", debe haber dicho a los obispotes de Roma gordos, fatuos, corruptos.
Uno ya no confía en que Rajoy tenga un arrebato de dignidad mariana y siga los pasos de Su Santidad (SS), pero cree que Don Juan Carlos sí está a tiempo de seguir el camino de Benedicto XVI, ya que una huida a tiempo puede salvar un Reino. La imagen de Iñaki El Empalmado, duque de ferias y congresos, bajando por el cadalso vergonzante del Juzgado mallorquín es demasiado brutal, demasiado demoledora y grotesca, y no hay Monarquía que la resista. Por eso urge una reforma en profundidad en la Zarzuela para tapar las goteras que le han salido tras tres décadas de democracia. Los historiadores deberán juzgar ahora cómo un jugador de balonmano que movía tan bien la mano pudo engañar a la Casa Real con su juego de muñecas.
Pese a que ya digo que no comulgo con la curia vaticana, he de confesar que Benedicto será a partir de ahora mi papa de cabecera, my favourite Papa, porque con esa dimisión divina y humana ha demostrado no solo que es mortal, sino que ha sido honesto con sus principios religiosos hasta el final, y eso es mucho en los tiempos que corren. Su decisión ha puesto en evidencia a los grupos sicilianos de la Iglesia, que son como las meigas gallegas, siempre intrigando, siempre amasando, siempre ensuciando el mensaje de Cristo, por los siglos de los siglos. Amén.
Imagen: Neil K. Kempsell
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