El cardenal Rouco, el duro Rouco, acaba de reconocer que hay crisis de vocaciones en la Iglesia. Casi la mitad de las parroquias están huérfanas de cura y la media de edad del sacerdote es de 63 años. Quiere esto decir que la Iglesia se está muriendo de vieja sin que parezca importarle al Vaticano, ni al fiel/infiel, ni siquiera a los propios clérigos, que migran en desbandada hacia otras profesiones de pan más fiable y seguro.
Uno, cada vez que quiere explicar la cuestión religiosa, se expone a que le llamen pirómano de conventos. Pero qué quiere que le diga, amigo lector, este invento del catolicismo parece agotado. Ya en los sesenta, cuando las suecas y aquello, tuvieron que recurrir a los curitas yeyé de sonrisa Profidén y guitarras marchosas para convencer al personal. Y a películas como Sor Citroën, que intentaban endulzar la imagen adusta del nacionalcatolicismo.
Hoy, ese discurso ya no cuela. Occidente, entre consumista y ateo, entre anestesiado y amoral, se ha hecho laico, por mucho que no entendamos muy bien lo que quiere decir laico. La Iglesia ya no puede dar respuestas porque la gente, sencillamente, ha dejado de hacerse preguntas.
A la fuga de cerebros santos de la curia se une la fuga de las familias, que ya no van a misa de doce porque la familia es otra cosa. El niño todo el día dándole al videojuego y al botellón; la niña buscando una farmacia que le venda la del día después; el padre cenando con el concejal de Urbanismo para colocarle un terrenito o unos trajes; la madre tapando arrugas y michelines en el gimnasio; la abuela que sigue yendo a la novena solo por ver si la vecina está mejor de las transaminasas; el abuelo viviendo una segunda juventud con esa asistenta cubana que hace vudú y le pone ceguerón en el parque; y el perro, en la peluquería canina.
De modo que la familia ha cambiado la iglesia por el centro comercial. La familia ha dejado de creer, no por anticlericalismo galdosiano, sino por indiferencia, por ignorancia, por su filosofía de vida superconsumista. La familia se nos ha hecho devota de otra religión, la religión Carrefour. No extraña, ya digo, que muchas ovejas descarriadas estén cayendo en el tarot, la magia negra, los marcianitos verdes, la Cienciología, la videncia, la Pitonisa Lola, las cartas, el mus, el poso de cenizas de tabaco, los íker Jiménez de la vida y otras supercherías que le están comiendo la tostada de la fe al catolicismo. Una religión pierde todo interés si no cuenta con ese puntito de misterio que la Iglesia ya no tiene, porque lo ha diluido en medias verdades absolutas, encíclicas aburridas, concilios sangrientos y dogmas eternos e innmutables. La religión católica debe replantearse cosas, actitudes filosóficas, debe integrarse en el siglo XXI, dar respuesta a las angustias del hombre posmoderno, no atormentarlo con infiernos terrenales y medievales. Eso, o quedará abocada a la extinción. El mundo no necesita inquisidores ansiosos por llevar a los abortistas a la hoguera. El mundo ya no necesita otro partido, ya hay demasiados partidos, y además, cuando te metes en política, al final siempre dejan de votarte. Lo que necesitamos son médicos del espíritu, curas dispuestos a partirse el pecho en África o en la India.
La Iglesia se ha convertido en una superestructura, un supersistema en el que hay demasiados prelados, cardenales, obispazos, archiobispazos y sacristanejos. Están enterrando el cristianismo bajo una catedral de oro, mentiras y burócratas purpurados.
Recuérdese que el comunismo, la otra gran utopía, también sucumbió por una superpoblación de jerarcas obesos y obsesos. A esta Iglesia le sobra cúpula y le falta cópula.
Las parroquias vacantes y vacías y Rouco y sus hermanos excomulgando diputados rojos y abortistas en las Cortes. El catolicismo en la peor encrucijada de su Historia y el Papa Benedicto dando la barrila con lo de siempre; el diabólico condón, su obsesión freudiana. A este paso van a terminar echando de la iglesia hasta al tullido de la puerta.
Imagen: Forges
No hay comentarios:
Publicar un comentario