Señoritos andaluces, toros y toreros, bailaoras y falleras, atuneros de Ayamonte, la revuelta vasca servida en canastas de sardinas, catalanes de pela y barretina, castellanos y lagarteranas sin pan, penitentes encapuchados, el incienso, las castañuelas y la Virgen. Visiones de España. Sorolla.
La muestra que Bancaja/Valencia le dedica al gran pintor valenciano es una ventana a la España que fue, a la España que, de alguna manera, sigue siendo y será, porque ningún país, por muy agonizante que esté, y éste lo está, puede librarse de lo que es, de su quintaesencia.
En la exposición, muy bien organizada, todo hay que decirlo, vemos al Sorolla íntimo, interior, personal. Es el Sorolla de esas señoritas con pamela que pasean por playas burguesas, el Sorolla que pinta la triste herencia de unos niños tullidos vigilados por un cura ensotanado, el pintor que capta el primer amor de dos adolescentes a orillas del mar, un primer amor desnudo y fresco que siempre es un espejismo, un falso brillo de acuarela.
Pero también vemos al Sorolla fotográfico, documentalista, al reportero que se trabaja y patea España para inspirarse y captar imágenes, sensaciones, escenas typical spanish, antes de irse a Nueva York, Babilonia de rascacielos, a pintar la serie de paneles gigantescos de la Hispanic Society. Y ahí es donde vemos al Sorolla que nos interesa en esta columna, al Sorolla que está más vigente que nunca, porque aquí seguimos con nuestras verdades aldeanas, nuestro cainismo, nuestro pasodoble, nuestra peineta, nuestra butifarra y nuestra txapela. Se ha visto en la pasada Conferencia Autonómica, que iba para cumbre contra la crisis y se ha quedado en festival de coros y danzas regionales. Los presidentes de las taifas han ido a la Corte como barones, como caciques de partido, más que como verdaderos presidentes. Todos esperaban que llegara la política con mayúsculas, los grandes consensos, el interés de Estado. Pero la época de los consensos parece que ya pasó. Ya no se lleva. En la política de hoy se impone el butroneo de unos señores feudales, el peseteo autonómico.
Antes podíamos echarle la culpa de nuestra estulticia a Viriato, a los Reyes Católicos, a Fernando VII, a Franco. Ahora, con 30 años de democracia en las espaldas, ya no tenemos excusa. Somos lo que somos. Ni el Rey retrancón, con sus sermones navideños, puede arreglar el desaguisado.
Mira que ha llovido desde Sorolla. Un siglo, una guerra civil, el cuarentañismo franquista, el felipismo, el aznarismo, que fue lo peor. Pues seguimos en lo de siempre, el gobernante en su medianía folclórica y el pueblo hambriento. Cuando Sorolla pintaba el presente de un país estaba pintando el futuro sin saberlo. ¿Qué lienzo sorolliano hubiera salido de esta España de hoy? El sueño imposible de la izquierda, Zapatero sólo ante el peligro, la derecha mamporrera de Rajoy reventando el Salón de Columnas, los sindicatos que ya no son sindicatos ni son nada, Montilla con un ojo en el Estatut y otro en el referéndum/barbacoa separatista, los camisas azules sacándole brillo al garrote, Camps a sus trajes, el patrón de patronos furtándole las fiestas navideñas a los pasajeros de Air Comet, Rouco metiéndonos el crucifijo en la sopa, Belén Esteban y otras folclóricas entreteniendo al personal con sus follisqueos en La Noria. Como en el XIX, ya digo, pero con televisión.
Sorolla es un Velázquez pasado por el tamiz del siglo XX, por el modernismo, por la tristeza y la decadencia del 98, lo que le dio prisma, perspectiva. «Para darse a conocer y ganar medallas hay que pintar muertos», escribió. Hoy la vida pública se construye a base de muertos, de muertos políticos. Todo se reduce a acabar con el otro, a exterminar al adversario, liberales contra conservadores, como en el XIX. Nada de pactos, nada de supervivientes.
Decía el maestro Umbral que la pintura es la gran pizarra de la Historia. Sorolla nos hubiera dejado hoy una pizarra llena de líderes regionalistas, paletos, caciques, obtusos y trepas que sólo piensan en su partidillo, en su terruñillo y en su carterilla. Han ido a Madrid para quedar bien y no arreglar nada, como los de Copenhague. No justifican el sueldo, pero como quedar, han quedado muy típicos en la foto. Y muy sorollianos, o sea.
Imagen: La pesca del atún (Joaquín Sorolla)
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