Ramón Ferrando, un audaz y honrado periodista de esta casa, ha denunciado el morramen de los funcionarios judiciales que ficháis por la mañana y os vais a casa o a la tienda de lencería o al bar de la esquina a leer el As/Color. Como represalia mezquina, habéis llenado los pasillos de la Ciudad de la Justicia de Valencia con pasquines amenazantes contra nuestro compañero. Sólo os ha faltado colocar el rótulo de wanted sobre su foto. Demasiado mal gusto para gentes que se suponen defensoras de la ley y del Derecho. No sé si sabéis, covachuelistas apesebrados, que con estas maneras gangsteriles estáis manchando el buen nombre de la mayoría de funcionarios que sí dan el callo.
Uno cree que no habéis sabido encajar con deportividad el excelente trabajo periodístico de Ramón. Ya que os han pillao con el carrito del helao, lo menos que podríais hacer es callar y no caer en ridículas prácticas de pijillos de colegio mayor. A fuerza de echarle cara al asunto os habéis convertido en magos del escapismo laboral, en Houdinis de la burocracia. Y además os creéis miembros de una casta intocable y sagrada con derecho a poner en el punto de mira a Ramón, a nuestro Ramón. Eso no os lo consentimos ni a vosotros ni a nadie.
No os diferenciáis mucho, filosóficamente hablando, de los egipcios promubarak que estos días andan a la caza del reportero, ni de los cachorros de la kale borroka que decoran las calles de Bilbao con las fotografías de sus víctimas.
Esos pasquines bochornosos que habéis repartido por los juzgados, con nocturnidad y alevosía, no tenían otra intención que coaccionar al periodista, acollonarlo, meterle miedo para que no siga diciendo la verdad, para que no siga denunciando las corruptelas de palacio, que ni mucho menos van despacio. El problema es que os habéis topado con un reportero duro, incansable, tenaz. Como muchos de nosotros, R.F. se ha curtido en los juzgados de pueblo, en los cuarteles intrincados de la Guardia Civil, en las herméticas comisarías. Una vez, tras enterarme de que había regresado a las noticias de tribunales, le dije: «Has vuelto a tus orígenes, tronco». Y él me contestó: «Me va la marcha». Y vaya si le iba. R.F. nunca le ha temido a nadie, y mucho menos a unos ladrones que van a la oficina. Sí, ladrones, porque robáis el tiempo sagrado del ciudadano cuando os piráis de buena mañana para iros de picos pardos. Un mal funcionario siempre es un ladrón de tiempo. Gómez de la Serna también fue funcionario y nunca apareció por su negociado. Einstein forjó la teoría de la relatividad mientras pasaba las horas muertas de funcionario gris en la Oficina de Patentes. Ellos al menos eran genios, pero no creemos que entre vosotros, pegasellos abúlicos, haya ninguna lumbrera. En todo caso habréis descubierto la teoría de la relatividad del trabajo, el trabajo que hoy en día es un tesoro y que para vosotros es algo relativo. Si en lugar de ir por ahí pegando carteles como antisistemas callejeros os dedicaseis a agilizar el papelamen, seguro que acabaríamos con el gran atasco judicial. Pero es más placentero fichar, colocar el letrero de vuelva usted mañana, llevárselo calentito e irse a la tasca a exprimir la nómina en cañitas. Si Larra levantara la cabeza os daba para el pelo, pillines.
Os ponéis muy soberbios y tarascas con el pobre R.F., que sólo cumplía con su trabajo, cosa que vosotros no hacéis. A él le sobran arrobas de profesionalidad para plantar cara a la mala gente que va apestando la tierra, como dice Machado. Ya veis que en este periódico no funcionamos como vosotros, no nos escudamos en un corporativismo medieval. Aquí somos una cofradía de hermanos que trabajan por la prensa libre. Detrás de R.F. hay un ejército de valientes cosacos de la noticia que escriben y cantan y beben de la copa dorada de la verdad mientras ponen a caer de un burro a Camps.
Por si no os habéis enterado, chatos, todos somos R.F. Así que ya podéis retirar esos ridículos pasquines. O mejor, os los metéis por donde os quepan.
Imagen: Forges
Imagen: Forges
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