(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 21 de febrero de 2010)
González Pons ha dicho, tal que ayer, que pone las dos manos en el fuego por el honorable Camps. Poner las manos en el fuego por el jefe queda muy bonito y muy típico, pero uno cree que debería ponerlas también por los demás camaradas que están en apuros. Aquí todos moros o todos cristianos, faltaría más.
El problema es que no sabemos si Glez. Pons tiene manos suficientes para tanto fuego y tanta gente. Lo primero debería poner la diestra y la siniestra por Rick Costa, el último maudit, que anda por ahí desolado con su Infiniti de tropecientos caballos, como aquel James Dean atormentado y solitario al volante de su Pequeño Bastardo.
Luego, el señor Glez. Pons tendría que poner también las manos en el fuego por Correa, que era el cerebro de la cosa, el que invitaba a trajes por la cara, barra libre, según dice el fiscal. Correa se merece una exhibición pirotécnica, que ahora está de hospitales, el hombre, y le animaría mucho. En cambio Pons nunca ha puesto la mano en el fuego por él, no la pone ni a fuego lento, ni al dente, ni vuelta y vuelta.
Y ya puestos, que se juegue las manos por Carlos Fabra, que ahora va por las esquinas pidiendo calderilla para terminar de pagar su soñado aeropuerto.
Las manos mártires de Glez. Pons se socarran por Camps y nada más que por Camps, pero no veo yo ahí ninguna heroicidad, porque deja en bragas a los demás colegas gurtelianos, que también tienen derecho a que alguien se chuscarre un miembrecillo por ellos. Pues no hay tu tía, esas manos fieles del portavoz popular son de propiedad exclusiva del jefe. Cualquier día el doctor Cavadas hace un trasplante de los suyos y le pone a Camps las manos terminator de Pons, que son más duras, más resistentes, casi de amianto, lo aguantan todo y no se queman nunca, como mi sartén de teflón de Carrefour.
Nos parece perfecto que el portavoz del PP se juegue las manos por el gran gurú, pero creemos que las debería arriesgar también por los demás amiguitos del alma, por el huevo de El Bigotes, que cada vez lo dibuja mejor Peridis (el bigote, no el huevo), por los joyones fulgurantes que iban y venían en Navidad, por el bolso Vuitton de Rita, por el tocomocho del Papa, por el butroneo de Canal Nou (con sus alquerías blancas por fuera y negras de fraude por dentro), por el bodorrio heráldico de Anita Aznar (allí estaban todos, juntos y revueltos). Este PP valenciano es una falla con muchos ninots que arde por los cuatro costados mientras Glez. Pons hace el numerito estrella de la mano en el fuego y Paco le grita «ale hop».
Ya dijo Confucio que siempre se debe tener la cabeza fría, el corazón caliente y larga la mano. Éste ha sido un Gobierno de manos largas, muy largas, manos que iban y venían, que llevaban y traían, que daban y tomaban entre pilletes y forajidos. Una orgía de manos, o sea.
Glez. Pons es el mago de guardia de Camps, el faquir 24 horas que se tumba sin rechistar en el colchón de brasas cuando lo ordena el jefe, el ilusionista de circo que prende fuegos o los apaga, que pone la mano automática por unos y la quita por otros, según.
A Berlusconi ya le hemos visto hacer el show de las velinas. A Glez. Pons aún no lo hemos visto en el numerito de las velitas (palmas bien abiertas, pecho fuera, cabeza alta, dándolo todo por Paco, y la llamita socarrando sus falanges de las JONS). «Si precisas una mano, recuerda que yo tengo dos», dijo San Agustín. Pues resulta que a Glez. Pons le sobran manos para quemar por su amo. Dos, tres, cuatro manos, las que hagan falta, pero de la antigua pandilla si te he visto no me acuerdo. Olvidarse de los amigos que otrora lo dieron todo por la causa está muy feo, no es elegante.
Rajoy aún no sabe si poner la mano en el fuego por Paco Camps o quitarla discretamente. Para mí que tiene miedo de terminar con dos muñones.
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