miércoles, 6 de febrero de 2013

EL BIGOTE

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 12 de octubre de 2009)

De todo este movidón de la Gurtel, del que habla ya hasta Jorge Javier, va quedando una cosa en claro: algunos que estaban en la Historia van a salir por la puerta de atrás y otros, que no eran nadie, van a entrar a puerta gayola, como los grandes mihuras. Álvaro Pérez, El Bigotes, un suponer. Quién se lo iba a decir a este manús. Lo que han dado de sí unos contratillos facilones por la vía digital, una tramoya de cartón piedra para bodas, bautizos y comuniones y unos trajes de quita y pon. Ya vamos por Agag, por Anita, por Fraga, por Cascos y por la madre que nos parió.
A uno le parece que este país siempre ha sido un país de bigotes y bigotones. Aquí la Historia la ha escrito un bigote a caballo dando estopa al personal o estafándolo en la sombra. La importancia del bigote viene de lejos, cuando los tercios de Carlos V gritaban "bei Gott" (por Dios) mano en mostacho. Franco regó España de sangre inocente mientras se perfilaba el bigotillo rampante, cruel, mandón. Y luego, cuando la Transición y aquello, otro bigote aceituno y civilón irrumpió en el teatro de la democracia, se subió al escenario y se marcó un chotis con Gutiérrez Mellado, pistola en mano y todo el mundo al suelo. Tampoco nos olvidemos de que Aznar, ese hombre, le dijo a Bush aquello tan bonito y romántico de "siempre tendrás un bigote detrás de ti". O sea, que éste es un país donde el bigote ha mandado y manda romana. Bigotes los hay de muchos tipos. El de Carod Rovira tiende al tipo mosquetero/revolucionario, y a Aznar le pone el bigote corto (corto de bigote y corto de ideas) aunque se fue a USA y ya no usa. Lo del bozo retorcido y engominado de Álvaro Pérez es más de la escuela surrealista, más de Dalí. Quiere decirse que, de una forma o de otra, aquí la Historia la termina escribiendo un tío embigotado. Galdós, otro bigote histórico, escribió los tochos nacionales. Pérez nos deja la Gurtel, que es otro tocho como Trafalgar, solo que ya no se hunden barcos pirata, se hunden piratas con barco. 
Lo único cierto es que ya da igual si el curita Camps, el redicho y comemarrones Ric, Rambla y Rajoy estaban o no en el ajo. Ya da igual si había caja A, caja B, trajes damasquinados, pelucos de 20.000 machacantes, bolsos Vuitton/Putón, coches fantásticos, sobornos y pelotazos, velinas y bragueteras, pasta en Liechtenstein, en Panamá o en Boadilla. Lo único importante ahora es que tienen que irse todos, sí, irse, qué pasa, desde el primero hasta el último, porque la Barataria valenciana la estaba gobernando en realidad un bigote de lenguaje tabernario, un estraperlista de los altos fondos, un macarra de guante blanco y ceñido pantalón, que ya lo cantó y contó muy bien Sabina.
Entre Álvaro Pérez y el primer bigote de la Historia (el del mayordomo egipcio Keti, que hoy posa inmortal y sereno en el Louvre) hay unos cuantos siglos de guerras, torturas, crímenes, latrocinios, robos, trincamientos, amigos de lo ajeno, amiguitos del alma, chanchullos y gangsterismo municipal. Pero el bigote, ese bigote, el bigote peludo, conspicuo, biuti, egregio, viril, siempre ha estado ahí, siempre estará ahí. Hormiguita, hormiguita, tenaz, incansable, constante. Haciendo números, dándole a la caja registradora y al puto pendrive, galvanizando la pasta canalla en los nervios del Poder.
Alvarito, chato, amor. Has sido la reinona. Lo tuviste todo en tus manos diorísimas. Un partido, un país, un mundo. Casi te dan un carguete. Tú sí que fuiste el muñidor de una época encofrada con el cemento de la infamia y la mierda dorada.
Todo eso se acabó ya, Don Álvaro, fuerza del Sino. Ahora toca retocarse el bigotamen, adecuarlo a la jodía crisis, meter tijera, reciclarse la jeta, no vaya a ser que esta temporada se lleve el look Alcalá Meco y el traje a rayas (de Armani, of course). Pero no todo está perdido, tronco, que un amigo es un amigo y en una de éstas Camps te pone una calle o una estatua. Ya te estoy viendo, tío. Espada en ristre y subido a un caballo.

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