(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 1 de febrero de 2010)
Cristiano le sacudió un guantazo violento e ilegal a otro gladiador del césped y los jueces futbolísticos lo han desterrado por dos partidos. Lo cual que ese guantazo suburbial, esa galleta napial, ha paralizado un país. Aquí da más titulares un guantazo del perfumado y depilado CR que esa entrevista en la cola del paro de un Rajoy existencialista y outsider salido de una noche loca de garrafón.
Esta democracia futbolera cada vez va peor. Los futbolistas forrándose hasta la huevera por enseñar las piernas de vedette y el currito a trabajar hasta los cien, que Zapatero ha inventado eso de la jubilación mortuoria, vamos que ahora te jubilas al siglo y directamente te meten en una caja de pino, tafetán rosa, y al cementerio verbenero de Benidorm, a echarse unas lambadas. Todo es fútbol en este país y también las mujeres se han hecho adictas al campeonato nacional, más que por afición a la cosa por deleitarse con esos maromos de abdomen de hierro, esos maromos que son tan distintos a sus maridos bajitos de un calvo oficinista.
El furbo español es la incultura ilustrada, atávica, genética de este país, una incultura que hemos interiorizado como propia desde el franquismo, y que nos gusta porque nos aleja de las miserias del día a día. Llevamos toda la vida viviendo en el miasma futbolero, el bocata calamares leyendo el Marca, Pepe un purito, Matías Prats (padre y junior), Soberano es cosa de hombres, árbitro cucaracha, presi vete ya, gol en las Gaunas, carrusel de patadas y fascistas de graderío que dejan la ciudad hecha una braga. No cabe duda. Hasta llegar al croché de CR hemos pasado por toda una dialéctica histórica.
Los problemas de Estado no interesan y a nadie le importa que se haya muerto el gran Salinger (¿quién es ese tío?). Interesa más el guantazo nasal de la última estrella cazurra del furbo, la biografía de Kaká (llegó virgo al matrimonio, el muy panoli) o el exabrupto televisivo de Laporta, que va camino de conseguir la independencia de Cataluña a fuerza de meterle goleadas a la caverna españolista.
De modo que el personal ya no se mueve ni conmueve por el Estatut, ni por los cuatro millones de parados, ni por los amaños del patrón Díaz Ferrán, ni por los trincamientos de la Gürtel, por mucho que el PP quiera rehabilitar a Ric, que es el Cristiano Ronaldo penalizado y pijo de la política nacional. Aquí el gentío orteguiano, la masa hispánica, se apasiona cuando un macarrón praxiteliano, milloneti y portugueiso, le atiza un mandoble clasista y biuti a un simple jornalero del balón, a un pobre bracero andaluz del centrocampismo dominguero que quería pararle los pies al astro, bien por falta de cintura, por rabia o por envidia de su Porsche, de sus abdominales tableteros, de sus primas o de sus novias. No me gusta el símil deportivo, por tópico, pero es que el fútbol es como la política: cuando el resultado no acompaña, y al Madrí no le acompaña, se deja el estilismo a un lado y a dar leña al contrario.
Uno quiere ver en el porrazo de CR una metáfora del momento político que vivimos. Zapatero, el delantero al que no le sale nada en la prórroga, intentando escabullirse a guantazos dialécticos. Rajoy, el defensa tosco y previsible, sujetándolo por la cintura y dándole unas patadas demagógicas en la espinilla, unas patadas a cuenta del inmigrante, del parata, del cementerio nuclear, de la cadena perpetua y del IVA de «los chuches». Rajoy abraza el juego sucio del populismo lepeniano igual que el futbolista marrullero apela al leñazo y arenga a los ultras. Así es como piensa llegar al poder: con los votos ovejunos del fondo sur.
CR9, un Di Caprio hormonado en Chamberí, le ha roto de un guantazo las napias, las ñatas, la tocha, a la sombra anónima que le marcaba oficialmente. Y el país no habla de otra cosa. Baudelaire decía que para crear algo bueno hay que embriagarse de sangre. Pues eso es lo que hace CR: embriagar al país de fútbol macho, violento, duro, salvaje. De domingo en domingo, que es el día de la sangre, sangre en la iglesia, sangre en el fútbol y sangre en los toros.
Y así va el Madrí, trampeando con gutis y ronaldos dopados de ira y orgullo, jugando los partidos como el que echa el polvo del legionario: atropellado, barullón y llenándose de mujer. Lo malo es que el guantazo que ha paralizado un país no lo ha dado un genio, ni siquiera lo ha dado un hombre. El guantazo lo da CR9, que es una marca internacional, una escudería, un holding con patas. Para mí que tenía más encanto el fútbol de nuestros abuelos: «A mí Sabino, que los arrollo», o sea.
Imagen: Arley10
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