(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 25 de enero de 2010)
Hay una niña que mira con ojos de tierra y polvo, hay un hombre que empuña el garrote por un trozo de pan, hay un bombero que sostiene un bebé por el tobillo y lo levanta, como en un parto terrible, sobre la escombrera de huesos y de muerte.
Lo de Haití es un escupitajo en la cara, otro más, a nuestro opulento mundo occidental, a nuestro onanista y letárgico edén occidental. Ha tenido que pasar el ángel exterminador, han tenido que caer 200.000 almas pobres y negras, para que la vieja Europa y la joven América repararan un momento en Haití. Las horas pasan, la ayuda no llega. Los niños muriendo en las calles, los burócratas jugándose la fama humanitaria.
Hay dos hermanitos desenterrados por los bomberos de Nueva York, los de las Torres Gemelas, hay miles de zombis y harapos vagando en la calle, la nada entre las manos, los ojos de insecto, hay gritos que remueven la tierra, gritos que remueven el cielo, hay sepultados, hay manos, hay piernas, hay sangre, hay carne humana de segunda, carne olvidada y muerta.
Lo de Haití es un Auschwitz posmoderno de cadáveres y fosas. Hitler mataba en masa y a conciencia. Occidente también mata lo suyo, pero de hambre, de egoísmo, de indiferencia. Al fascismo clásico le ha sucedido el fascismo capitalista, salvaje, colonial, usurero. Las democracias se pudren de dólares y miedo, miedo a la crisis. Esto sí que es una crisis. Se borra un país del mapa, se hunde una isla, perece un pueblo, pero el Banco Mundial, el FMI, el Bundesbank, Wall Street y la madre que los parió siguen acuñando miseria. ¿Dónde está Dios? ¿Es éste un Dios capitalista que aplasta al más débil? ¿Por qué no hace algo de una vez? Está bien, dicen que hay unos pocos milagros en los escombros. ¿Milagros o azar? Si hay Dios, no juega a los dados, ya lo vio Einstein.
Hemos abandonado a su suerte a tantos Haitís, a tantos millones de hambrientos, que para Europa este terremoto no es más que una fecha en la Historia. De acuerdo, llegaron los marines, repartieron botellas de agua, cuchillas de afeitar (para operar a corazón abierto) unas tiritas, las chocolatinas de Normandía. Muchas gracias, mundo libre, por la limosna.
A Haití no lo destruye un terremoto, a Haití lo destruye Occidente, los europeos, los yanquis, los vampiros Duvalier. El terremoto empezó con Colón y los tercios y los franceses cazando esclavos. El terremoto de Haití no es de ahora, es de siglos.
Hay cientos de vivos/muertos en la playa esperando una patera, una tabla para huir, escapar, salvarse, para cambiar un infierno cruel por un infierno seguro, hay sábanas muertas en las cunetas, hay llantos, desesperación, huérfanos, pillaje.
Un terremoto como el de Haití dura lo que dura un titular de prensa. La muerte da dinero hasta que se vuelve rutina. La muerte aburre, la muerte cansa.
Escucho a Francino en la radio: Haití ya no es portada en el Times. Ya es más noticia que a Obama le ha salido un callo neocon en un Estado lleno de eses como sogas de ahorcado. Siete días de consternación, una semanita de lágrimas huecas. Ése es el dolor del mundo libre. Occidente es una plañidera hipócrita. ¿Qué hubiera sido de los pobres haitianos con el zumbadillo de Bush? Los hubiera invadido por las armas masivas. El peor arma es el hambre.
Hay una turba matándose por unas latas, hay perros que se comen la muerte, hay ruinas en la noche antillana, hay sangre caribeña y maldita, hay un hedor dulce a miseria, una miseria imperialista y criolla, genética y muda.
Haití, pobre Haití. Occidente te ha hecho el vudú. En Fitur hasta te han puesto un estand. Primero se olvidan de tus muertos y luego te ponen un estand. Pobres europeos neuróticos. Ahora queremos ir allí a hacer turismo.
(Nota: Como decía Forges: "Pero no te olvides de Haití")
Imagen: Agencias
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