jueves, 7 de febrero de 2013

EL ÁNGEL NEGRO

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 29 de junio de 2009)

Michael Jackson, el negro que quiso ser blanco, el blanco que no quiso ser negro. El rey del pop, el rey de la ambigüedad. Hedonismo, identidades híbridas, ambivalencia racial, moral, sexual. Todo eso fue MJ, y dejó su impronta bien grabada en el siglo XX, que también fue el siglo de lo ambigüo. 
El mundo antes de Jackson todavía distinguía entre hombre/mujer, adulto/niño, blanco/negro, perro/gato. Todo era más auténtico y seguro. Con MJ se certifica la demolición de las ideas, de las categorías, con él terminamos de enterrar a Aristóteles y entramos en el mundo Disney, un mundo de fantasía, cuentecillos, hadas, canciones, eterna juventud, liftings, liposucciones, anillamientos de ombligo, tatuajes y estiramientos de pene. Él abrió una época, el cuerpo como única idea, ésa fue la visión y ése fue el legado de míster Jackson. Kunta Kinte, otro negrata que sigue en el inconsciente televisivo de muchos de nuestra generación, no quería que el capataz le llamara Toby, y aguantaba los latigazos que hubiera que aguantar por reivindicar y defender su orgullosa negrura. Pero el señor Jackson, rey de la ambigüedad, quería un pelaje blanco, y por eso renegó de sus ancestros, de Kunta Kinte, del mito negro y del black power. 
MJ empezó con los Five, un panteón de dioses de diorita trajeados de seda y esmoquin que el pequeño Jackson abandonó pronto buscando fama y una imagen blanca y bella. Triunfó, se forró y se atrincheró en Neverland, una mansión que es la Xanadú de Ciudadano Kane, sólo que llena de juguetes de oro y habitaciones viciosas por las que paseó su soledad histérica acompañado de Peter Pan, Campanilla, inocentes querubines y dulces ninfas que después fueron a la televisión a forrarse y a largar escandalazos de la ingle adolescente. 
De Jackson nos quedará sobre todo un videoclip, el videoclip más vendido de la Historia, una fábula de muertos vivientes que fue epílogo del siglo XX y prólogo del XXI. El siglo XXI será la Era del ciborg, que inauguró Jackson son sus zombis y sus implantes de blancor epidérmico. MJ era un ciborg del escenario, un zombi transexuado que bailaba con pasos metálicos y sincopados y al que imitaba muy bien Chiquilicuatre, un artista casi tan grande como él. El ciborg no es ni humano ni máquina; Jackson no era ni hombre ni mujer, ni adulto ni niño, ni negrata ni rostro pálido. Los jóvenes de ahora son todos un poco Michael Jackson, mitad y mitad. 
MJ, símbolo de un tiempo que ha terminado por confundirlo todo, por mezclarlo todo, por borrarlo todo en una perpetua operación dermoestética. Ya no hay nada original, vivimos en un sistema político que no es ni capitalismo ni socialdemocracia, ni dictadura ni democracia, ni chicha ni limoná. El votante elige qué clase de corrupción quiere en el Poder y la gente va a los hospitales a cambiarse la jeta. Rajoy, un suponer. Él es un poco Franco, un poco Fraga, un poco Aznar, un poco democráta y un poco cristiano. 
Dicen los eruditos musicales que MJ fusionó el funk, el pop, el jazz, el beat, los ritmos afro y hasta la copla y la rehostia para crear el producto final, que no era sino él mismo, un ser artificial, un cobaya de la mercadotecnia, una espantosa máquina de vender discos, un estilizado bailón vestido de marcianito eléctrico y maquillado de blanco. 
En sus últimos años, a MJ le afloraba en la cara el zombi cadavérico y pálido que le dio la gloria y que vino a cobrarse la factura a costa del Fausto del rock. Los pómulos afilados, los ojos grandes de yonqui. 
Se lo lleva un infarto de vanidad, nostalgia, remordimiento, frustración y angustia. A pesar de sus pleitos, de sus cameos con menores, de aquel numerito del balcón en el que estuvo a punto a arrojar a su hijo a las garras de los fans, como un Abraham del show que ofrece un sacrificio bíblico/musical, uno le tiene a MJ cierto cariño porque creció con sus canciones. 
No cabe duda de que nos deja un montón de buenos discos, un blanqueamiento de piel que ni con Ariel, unos cuantos escandalazos pederásticos y un final triste y decadente. Ni más ni menos que cualquier otro genio. Yo, de todo lo que ha hecho el clan Jackson, me quedo con aquel tetazo televisivo y global de la hermana/pantera Janet. Y que le den al neocon.

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