Se habla estos días del patrimonio de Francisco Camps y su gabinete, como si los chicos del ejecutivo valenciano hubieran cobrado su primera nómina ayer. El premier ha declarado poco más que un pisito, un Saab gripado del año 95 y un cerdito/hucha con una calderilla: 900 euros, según creo. Ric, por su parte, asume tres pisos, 240.000 euracos, BMW, cuentas, cosas. Y el alcalde, Alberto Fabra, declara también tres viviendas y un coche de alta gama que corre como un gamo. Las declaraciones de Ric y Fabra nos cuadran. Pero la de Camps ha sido más polémica y no ha satisfecho ni a la oposición (Luna habla de fraude al ciudadano) ni a la prensa izquierdosa, que ha denunciado el tongo.
Uno cree que se equivocan los que ponen en duda la honorabilidad económica del honorable, la sobriedad franciscana de don Francisco. La cuestión no es si tenemos un presidente más o menos rico. La cartera de Camps puede ser muy honesta y honrada, pero también era sobrio y austero Franco. Quiere decirse que la frugalidad o la opulencia no tienen nada que ver con el buen gobernante. Lo que de verdad debe importar de un político es la política que hace, la ética que respalda sus decisiones, las amistades que frecuenta. Y ahí es donde ha flaqueado y flaquea FC.
Preferiría uno que la cuenta corriente del señor Camps tuviera unos cuantos ceros más a la derecha y que se hubiera dejado querer menos por los pillos, pillines y pilletes del traje, tipo El Bigotes. Pero no. Terminó seducido por los sastres de la falsa costura, devorado por un trastorno compulsivo, por un ego desbocado, por una egolatría dandi, narcisista, lacaniana, ya lo hemos dicho aquí otras veces. Cuando el político cayó en el placer textil del buen paño, el resultado fue un maniquí de ojos ciegos de tiburón que desplazó al hombre de Estado, al político de empaque, al hombre, en fin.
Calígula mandó construir una caballeriza de mármol con pesebres de marfil para Incitatus. Sadam no fue derrocado por islamista ni por enemigo de USA, sino por su grifería de oro. Marcos, el filipino aquél, no cayó por déspota sino por la colección de zapatos de su mujer. Todos se hundieron en un delirio subconsciente. El Poder es una enfermedad mental, genera más avaricia que el dinero. Camps, al aceptar supuestos trajes de manos turbias, prófugas, se convirtió en rehén de un delirio. Ahora quiere hacernos creer que come botas crudas, como Chaplin. Miren mi cartera: 900 euros, unos ahorrillos de proleta, una propinilla escasa, nada, la sopa boba con un pelo de bigote. Pues muy bien, hagamos una colecta, hombre, que la junta de la trócola del coche de 15 años es que ya no pasa la ITV.
No hay nada de malo en que el presidente de la valencianía popular quiera pasar por pobre que no llega a final de mes. Esperanza Aguirre también lo hace. Ir de raído bohemio de cuando en cuando vende mucho, tiene su cosa mística. Hasta Cotino habla últimamente con un lenguaje poligonero/lumpen cuando decide mentarle el padre y la madre a Mónica Oltra.
Camps quiere parecer «pobre pero honrao», adecuar su dinero al pueblo, bajarse al moro de la crisis. Por eso se encabritó con aquel ciudadano que le llamó corrupto en la calle, porque se sintió sinceramente herido en su honradez familiar, en su honradez de buen padre de familia.
Pero su honradez privada nos sirve para muy poco cuando su entorno público está sembrado de escándalos, pútrido de vividores, abonado de advenedizos, salpicado de primos (cuanto más primo más me arrimo). Y esa bilocación le hace confundir lo público con lo privado. Un desdoblamiento de personalidad política (no sé si eso se llama esquizofrenia).
Como un budista con resaca, Camps anda por ahí buscándose a sí mismo en lo personal y en lo económico. Ahora va de pobre mileurista hipotecado. Del señor presidente valoramos su honradez de traje para adentro y repudiamos sus trajines con el clan Gürtel.
Si no llega a final de mes, yo le dejo viruta. Pero con vuelta, no la jodamos.
Imagen: Raúl Salazar
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