viernes, 18 de enero de 2013

BIN LADEN


(Publicado en Levante-EMV de Castelló el 9 de mayo de 2011)


Pues por lo que nos cuentan los chicos del Pentágono parece que Estados Unidos ha dado caza, por fin, al hombre más odiado, al eterno forajido, al pistolero global. Muy bien, ¿y ahora qué? Todo imperio necesita un enemigo, si no, pierde su sentido. Bin Laden quedaba muy típico en el papel de ogro demoníaco, con esa barba polvorienta de profeta infectada de piojos y ese semblante de iluminado como salido de un Greco.
Vencido el fascismo nazi, derrotado el terror comunista, a los americanos les bastaba con ese eremita flipadillo para seguir jugando a la guerra, que es la industria nacional yanqui. Los estadounidenses
viven de las hamburguesas y los misiles y sin una guerra de cuando en cuando la economía se les va al carajo. Un video casero de Bin Laden en las noticias de las tres acollonaba mucho al personal y movía muchas acciones en Wall Street. El terror era el motor de la economía y así Bush pudo seguir invirtiendo armas y dólares neocon en su guerra particular. Pero ahora el demonio ha sido ejecutado y USA tendrá que buscarse otro enemigo, un campesino de El Cairo, un pastor del Yemen o un taxista de Bagdad, qué más da. La cosa es seguir tirando con el negocio bélico mientras millones de seres humanos agonizan en favelas. Bin Laden y Bush eran las dos caras de la misma moneda (todos tenemos dos caras, en plan doctor Jekyll) y muerto el barbudo islamista se acaba la rabia, se cierra una era y se entierra el recuerdo de Aznar, a Dios gracias.
Lo que Bush y Bin Laden inventaron fue una nueva forma de organizar el mundo: fanáticos anglosajones a un lado y fanáticos con chilaba al otro. Entre ambos inauguraron un nuevo orden mundial, crucifijos contra coranes, Occidente contra Oriente, Internet contra chozas de adobe, modernidad contra medievalidad, siglo XXI contra siglo XI. Y hagan juego, señores. Entre Bush y Bin Laden montaron un cirio planetario que acabó con lo de las Torres Gemelas, un ensayo de fin del mundo televisado a los postres, un macroacontecimiento histórico a la altura del descubrimiento de América, la Revolución francesa o la llegada del hombre a la Luna. Por eso nos extraña tanto que una parte esencial de la Historia se haya resuelto con un final anodino, intrascendente, vulgar, con un tiro inocente en medio de la noche y un tipo en pijama flotando en el mar, como en las novelas previsibles hard boiled. El siglo XXI, que es el siglo infantil de la ciencia ficción, va a resolverse en historietas de cómics, obamas contra gadafis, sheriffs interestelares contra monjes del Mal, enemigos contra archienemigos disputándose la kryptonita o el petróleo, que para el caso es lo mismo. Esta va a ser una guerra invisible con finales invisibles. Ni siquiera veremos las fotos con la cabeza del
enemigo pinchada en una pica porque no hay tal enemigo, solo un espantajo de Halloween.
Bin Laden fue un personaje más próximo a la ficción que a la realidad, un malvado de viñeta misterioso y enigmático que puso el planeta al borde de la Tercera Guerra Mundial. Le bastó con cuatro locos de la aviación dispuestos a estrellarse por Alá, por su jefe y por un paraíso lleno de huríes, que eso también cuenta en el Más Allá. Supo aglutinar una rebelión de pueblos sin historia, como dijo Cioran, y a Bush le convenía para seguir con una guerra contra algo, contra alguien.
El mayor invento de los yanquis ha sido el western y esta ejecución invisible ha sido eso, un western violento y brutal que ha terminado con un cadáver flotando en el mar. Uno cree que la noticia de la muerte de Bin Laden hay que ponerla en cuarentena, no vaya a ser que Íker Jiménez descubra luego que el demonio saudí se esconde en una aldea de Soria.
Osama ha sido un enemigo artificial fabricado en las cloacas de la CIA, un villano de western posmoderno con un final que ha defraudado. Mientras no aparezca el fiambre, seguirá siendo una leyenda para muchos. Como Elvis.

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