miércoles, 30 de enero de 2013

LA PANTOJA

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 17 de mayo de 2010)

Ahora la Justicia quiere entrullar a Isabel Pantoja por sus devaneos fiscales, municipales, marbellíes. Las cupletistas y los políticos son el último esperpento nacional y algunos hasta son expertos profesionales del blanqueo. Hemos caído en manos de los palanqueros y los mercados internacionales, que son una manada de lobos. Después del tijeretazo de Zapatero, el Estado de Bienestar queda tocado. Ya podemos decir que el presidente del Gobierno de España es un señor gordo con tirantes y puro que se lo pasa pipa jugando a los barcos en Wall Street. 
Pero íbamos a hacer columna con la Pantoja, la viuda de España, que por lo visto ha arramblado unos quilillos fugaces, según dice el fiscal. Imperio Argentina y Miguel Ligero sisaban los jamones de la posguerra y aún así fueron los reyes del cuarentañismo. Eran los tiempos en que una folclórica mandaba más que un dictador. La gente rendía pleitesía a la folclórica porque envidiaba la leyenda jaspeada de toreros muertos, hijos, amantes, joyas y mansiones que arrastraba tras de sí. Había algo telúrico, ancestral, cretense, que enraizaba a la folclórica con sus súbditos. Cuando Hacienda cazó a Lola en un renuncio tributario ella pidió que cada español le diera una pesetilla de nada para redimirse. Y el pueblo se la hubiera dado a su reina porque España entera brotaba de sus ovarios. 
Hoy la folclórica se ha quedado en carnaza rosa, en una mala exclusiva, en un posado en la playa o un culo fugaz en horario prime time. La Pantoja es una mala copia de la Flores y Julián Muñoz un Miguel Ligero de cascos. Pero la cosa es que los jamones se siguen escapando del país. Quiere decirse que antes vivíamos en una dictadura folclórica y ahora vivimos en una democracia, folclórica también, donde los jamones salen corriendo y se van a las Islas Caimán. Los jamones de ahora son las cuentas bancarias de la Panto, que engordan como por arte de magia. Será ese duende que dicen tener las folclóricas el que va al banco a echarle alpiste a los números, pitas, pitas. A Carlos Fabra le pasa un poco ídem. También tiene un duendecillo que va por él a los bancos. Sus cuentas engordan y engordan sin saber cómo ni por qué. Cuentas por aquí, cuentas por allá. Qué colesterol de cuentas, nena. Pero todos, cupletistas y políticos, son superinocentes, eso sí. Hasta Camps es superinocente. El honorable tiene ya todo el aire de una folclórica desgarrá, tiene ese aura entre mártir y decrépito de las viejas tonadilleras que andan escocidas sobre tacones lejanos, ese halo de decadencia gitana de la flamenca con cara crispada que se recoge la cola del traje, da la patada del desprecio y entra por última vez, desmelenada y destetada, en el tablao de su destino. 
Una folclórica eterna y genial nunca roba. Camps tampoco ha robado nada, se lo daba todo su público fiel, su gente, su abnegado pueblo valenciano, o una parte del pueblo al menos, unos señores con bigote sospechoso que siempre estaban ahí, delante, o detrás, o al lado, me da lo mismo, como dice Rajoy. El honorable enfila la pasarela de la folclórica acabada con su traje prestado de sobaquillo, un traje que ha sido su faralaes de escándalo, su barata mortaja política. El tiempo se le acaba, el tiempo es el mejor autor, siempre tiene un final perfecto, cuenta Chaplin. Ya sólo le queda un ratito al president, como dijo él mismo. Un último cuplé en las Corts, un par de programas en La Noria, unas bulerías breves en el Supremo. El cante final en el juzgado. 
Los americanos tienen a la Estatua de la Libertad, aquí tenemos a la Panto y a Paco Camps, que va de folclórica trágica, traicionada, despechá. Irá de quejío en quejío hasta quedar como el baúl de doña Concha, o sea desgastado, erosionado, viejo. Esos guiris jubilatas que empiezan a llegar a tierras castelloneras en cruceros británicos no querrán irse sin ver antes a una gran folclórica. Como no tenemos un escenario de referencia, siempre podemos llevarlos a la Diputación. Gran función matinal con nuestra pequeña estrella local, Esther Pallardó, otra fuerza raigal de la naturaleza, otra artista que se pone flamenca cuando defiende el azulejo en los Plenos. Lo tiene todo para llegar a diva. Es divina de la muerte, ambiciosa, temperamentá. Hasta es de derechas, como buena folclórica. Como la Pantoja, la bien pagá. 

Imagen: Peneque

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