martes, 29 de enero de 2013

LAS ENCUESTAS

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 7 de junio de 2010)

Todas las encuestas dan ganador a Rajoy, lo cual es consecuencia, como era de esperar, del malestar que hay en el pueblo por las recetillas neoliberales de Zapatero. Parece que vamos hacia una huelga general, hacia un cambio de gobierno y hacia lo mismo de siempre. Volvemos al ladrillo, o sea. 
Wall Street le ha ordenado al presidente que recorte al funcionario, que congele al pensionista y que suba los impuestos. Y al gentío, que no le ha hecho ni puñetera gracia, le ha entrado de pronto la nostalgia por la derecha. 
Sobrevivir, aunque sea a costa del trapiche y del ladrillo, está en los genes del español. Nuestro primer especulador inmobiliario fue el duque de Lerma (ver Felipe III). El muy cuco se hizo de oro comprando terrenitos y cambiando la capital del Estado cada dos por tres. Vámonos a Valladolid, que tengo unas parcelitas fetén. Y toda la corte, con sus validos, sus lumias, sus enanos y sus bufones, para Valladolid que se iban. Luego, como el Pisuerga no daba para llenarse los bolsillos, todos para Madrid otra vez. Y así, con ese trajín histórico y cíclico de cortesanos del chanchullo, se fue construyendo un Reino, una cosa nacional, una cultura del pelotazo borbónico que daba calderilla para todos, mayormente la sopa boba del pícaro, el mendrugo del cura, el diezmo del alcalde y la soldada del militar levantisco. 
Quiere uno decir que España siempre fue una gran empresa inversora de fraude. Todo país vive de lo que sabe hacer: Israel vive de la guerra y de hundir barcos solidarios; Irán vive de la bomba atómica fabricada con palicos y cañas; USA de las películas de John Wayne y de un señor tejano de la BP que pone el Golfo de México perdido de chapapote. Pues aquí vivimos del ladrillo, por mucho que Zapatero se empeñe en cambiarlo todo y en vendernos más paneles solares, más ordenadores, más Universidad. 
Volvemos a la derecha enladrillada. El español siempre vivió y vive de lo mismo, del ladrillo puro y duro. En los tiempos de la burbuja los niños no venían con un pan debajo del brazo. Venían con un ladrillo. Estábamos todos tan a gustito con nuestro cuscurro de barro, con nuestro maná bíblico que nos hacía ricos de la noche a la mañana, que ahora lo añoramos mucho. Háganos caso, pues, señor presidente, invierta en ladrillo. Éste es un país de rentistas que primero se forran y luego reparten las migajillas entre el pueblo, como Carlos Fabra, que amasa votos en las urnas y después amasa rentas y otras trapacerías. Cuando don Carlos estaba en todo su apogeo (no ahora que vive en un constante tiovivo judicial) el pueblo era feliz dándole al ladrillito de la corrupción. Éramos como egipcios laboriosos que levantaban una gran pirámide de detritus. Nuestro Keops/Camps diseñaba la Ciudad de las Ciencias y el escriba Fabra Mundo Ilusión. 
Ahora, en medio del manirroto económico, el pueblo encuestado vuelve a votar por sus raíces: derecha, sol, playa, ladrillo ilegal, inmoral, abundante, fértil, fecundo. El español come del ladrillo como el chino come del arroz. Según el INEM, el paro ha bajado en 76.000 personas; nada, un soplo estadístico, un chocolate del loro, cuatro camareros y vendimiadores quemados que emigran a Torremolinos con el calor, la cigarra y la sueca. 
Piénselo bien, señor presidente, el país no levanta cabeza porque le falta su materia prima combustible, su modus vivendi, su camelleo económico, o sea el barro cocido y delictivo del ladrillo. Cuando volvamos al ladrillo volveremos al caviar, a la piscina esmeralda con Martini, a la querida/o y al apartamento en Torrevieja/Alicante, que es lo que quiere la plebe. 
Lo ha dicho el pueblo soberano en las encuestas: que vuelva la derechona, la banca dura, el mierdeo del ladrillo, lo que haga falta para salir del crash. ZP tuvo un sueño, como Luther King: limpiar la economía de chorbos gürtelianos. Pero la economía, y más la capitalista, es por definición algo sucio, fangoso. 
Gracias por su interés, señor presidente. Pero el español lo tiene claro: dame ladrillo y dime tonto.

Imagen: Forges

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