miércoles, 30 de enero de 2013

DESPUÉS DE FABRA, NADA

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 3 de mayo de 2010)

Viendo cómo transcurrió el Pleno de la Diputación del pasado martes, uno casi agradece que Carlos Fabra lleve tanto tiempo en el poder. Aquello fue, como me cuenta un buen amigo, el camarote de los hermanos Marx. Sólo faltaba Harpo persiguiendo a las mozas por los pasillos. 
Desde que el paterfamilias buscó refugio en la Sanidad castiza/madrileña para tratarse de un grave problema hepático, la cosa no funciona en esa casa diputativa. Jordi Ruiz, en su afinada crónica del día, hablaba muy acertadamente de desgobierno popular en Castelló. Desgobierno y vodevil, porque aquello fue una puesta en escena verbenera, la conjura de los necios, un esperpento zarzuelesco, un alcorconazo político, una gran cagada, o sea. 
Mucho tendrán que aprender de su mentor los herederos del régimen nacionalfabrista si sueñan con ponerse algún día al timón de la nave provincial para manejar los designios de los pobres peatonales castellonenses. 
El debate empezó entre trastabillado y torcido cuando su señoría, Francisco Martínez, suplente en funciones de su excelencia, entró en Palacio con el pie izquierdo (mal asunto) y tropezó con la bandera de España, que salió rodando por el suelo en una afrenta humillante, antipatriótica, torpe, fatal. Todo un símbolo negro de los nuevos tiempos que corren en el país. Por menos de eso se hubiera fusilado a un procurador en Cortes en el régimen anterior, del que ahora vivimos un revival. 
Por si fuera poco, la rojigualda estuprada impactó contra el vicepresidente Vicent Aparici, que por unos momentos supo de verdad lo que es tener todo el peso de un país en la cabeza. 
Los asesores del PP (hay unos cuantos y no cobran poco) deberían pensarse eso de dar algún cursillito de protocolo a sus próceres, porque la democracia es, antes que nada, formalismo, rito, procedimiento, saber estar. No se debe ni se puede entrar como elefante en cacharrería en el templo sagrado de la libertad. Un respeto, coño. 
El siguiente acto tampoco fue mucho más alentador para la casta política que nos gobierna. A lo largo del Pleno, hasta seis diputados populares ejercieron el papel de portavoz en una especie de concurso/oposición por el poder, una carrera loca y ciega por el trono aterciopelado de Fabra, al que más de uno ya da por jubilado, erróneamente, claro, porque el presidente, como muy bien dijo antes de dejarnos huérfanos y descaudillados, ha hecho un pacto con el diablo y piensa gobernar hasta los noventa, eso por lo menos. Así que respetemos los tiempos y las legislaturas, hombre, no vaya a ser que se levante el gran chamán, el gran tótem, el semental político eterno, y acaben rodando algunas cabezas en otra noche de cuchillos largos. 
De los seis portavoces que se postularon a la herencia, uno tras otro, la que más llamó la atención fue Esther Pallardó, la Helena de Troya de la vida pública castellonera. De ella dicen que es la delfina de su majestad, y quizá por eso mismo se atrevió a empuñar el micrófono, con voz firme, para defender una ponencia sobre el azulejo. De azulejos la teutónica Pallardó sabe lo que uno de electrostática aplicada, o sea rien de rien, pero dio el pego (se ve que ha mamado el esgrima dialéctico de su tutor). Cuando el educado socialista Enrique Navarro se dirigió a ella y le pidió que todos rememos unidos para salvar la industria patria, la diputada no esperó un segundo más para sacar el látigo fabrista: «Usted me ha faltado al respeto». Con un par, al enemigo ni agua, el que da primero da dos veces, ea. 
A partir de ahí el Pleno se ensombreció bastante, ya que entraron en escena los hooligans y palabrones habituales, y eso siempre embrutece el ambiente, el fair play democrático. Fue el turno de Ramón Tomás, vicepresidente popular de la cosa, que sugirió al líder sociata Colomer que «se arregle el cerebro». Un golpe bajuno. Al final, la portavoz del Bloc se quejó de que todos se van cuando le toca hablar a ella. Y Martínez, esta vez respetando la bandera, justificó el absentismo de sus señorías apelando al derecho constitucional/elemental a «hacer pipí». 
Estos polichinelas han convertido la Diputación en una tocinería arrabalera. Para mí que después de Fabra, nada.

Imagen: Bloc/Compromís 

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