(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 6 de diciembre de 2012)
Leo en la prensa un titular que pone los pelos como escarpias: «España es la gran pieza final en la cacería de los mercados». Lo cual que ya sabemos lo que nos temíamos. Que esto de la crisis no es más que una partida de caza montada por los cuatro pijos de mierda que controlan el 25% de la riqueza mundial, una montería despiadada de las monarquías heráldicas del capitalismo, que son las multinacionales. Y a esa batida voraz la llaman muy rimbombantemente y muy eufemísticamente «los mercados».
El ciudadano peatonal, en su ingenuidad, se pregunta: ¿Pero qué es eso de los mercados? ¿Por qué la han tomado con nosotros? ¿Por qué razón quieren hundirnos?
Antaño, antes de Mercadona y eso, uno iba más al mercado, sobre todo a comprar tomates y a chamullar un rato con la verdulera, que era una gran experta en economía y cotilleos. Pero la cosa de los mercados se ha adulterado mucho y el inocente bulo de barrio se ha convertido en bulo global que corretea por las cloacas de Internet y derroca países como fichas de dominó. Nos creíamos que estábamos en la Era de la Información y resulta que estamos en la Era del rumor especulativo, el gran motor de los que siempre se forran, o sea.
Hoy cualquier vecindona del quinto coronada de rulos monta un Wikileaks y se pone a filtrar papeles de la CIA o a propagar la fiebre del pollo o a vender un revolcón de la Esteban, que también se cotiza fuerte.
Esto de los mercados consiste mayormente en ir hundiendo países, como en el juego de los barcos, para luego rescatarlos. Ya lo dijo Voltaire: «Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero».
Hablamos de los mercados como de entes reales cuando no tienen nada de real. Los mercados los forman tipos de carne y hueso que fuman habanos carísimos, juegan al golf en sus yates dorados (queda más típico) y salen con una querida en cada brazo de las cumbres internacionales que no resuelven nada. Tras la metáfora de eso que llaman «los mercados» se esconde una verdad terrible y cruenta: la ley del hampa de unos señores de colmillo retorcido y tirantes de oro que juegan al Monopoly con los países, los gobiernos y los ciudadanos. Son genocidas económicos.
La política ha muerto, ya todo es cachondoliberalismo. La política se ha convertido en el envoltorio con lazo rojo que contiene lo único importante: el dinero especulador, invisible, espurio, negro (el dinero siempre es negro) y los jefes de Estado no son más que guiñoles.
Devalúan presidentes, devalúan países, devalúan el euro. Al final acabaremos en la peseta otra vez, sólo que con el careto de Bill Gates en lugar del careto del Rey.
Los hilos los mueven los masones de los mercados y la democracia ha quedado en una coreografía folclórica que consiste en votar votos inútiles cada cuatro años. Más coherente serían unas elecciones con multinacionales de candidatos en lugar de partidos. «¿Tú que has votado esta vez, chato?». «Yo a la General Motors, que está al alza. ¿Y tú?». «A la Shell, que es donde tengo las cuatro perrillas».
Engañan al ciudadano con el timo de los mercados y hasta Zapatero se ha tragado el anzuelo. Untó unos kilillos a los bancos, recortó a los funcionarios, facilitó el despido del obreraje y ha suprimido los 400 euros del parado perpetuo. No servirá de nada. El error del presidente fue no ver que detrás del teatro de Bruselas, entre bambalinas, estaban los cazadores de los mercados. La próxima vez, señor Zapatero, no se entreviste con la Merkel, que no va a ningún lado. Tire de páginas amarillas, contacte con el cazador rico de Wall Street, invítelo a la Moncloa y póngalo ciego de manzanilla, como hacía Felipe.
A ver si así salimos vivos de la cacería, coño.
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