miércoles, 16 de enero de 2013

INDIGNADOS

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 23 de mayo de 2011)

Lo mejor que se puede decir de estas elecciones es que, por fortuna, ya han pasado. Se acabaron los confetis victoriosos, los sobacos empapados de euforia, las fotos forzadas, las promesas (ya saben, aquello de prometer hasta el meter), las mentiras, los golpes en el bajo vientre, las sonrisas photoshop, los dientes profident y las palmaditas estomagantes. 
Nuestros políticos guardan la pancarta y el micrófono mitinero hasta dentro de cuatro años y si te he visto no me acuerdo. Este es un país con sístole y diástole por cuatrienios, el resto del tiempo dormita borreguil, cómoda, funcionarialmente. Sin embargo, parece que algo se ha movido con esa rebelión del 15-M. Ciudadanos cabreados, parados vitalicios, jóvenes que han hecho del ordenador y el ratón la nueva hoz y el martillo de la revolución han salido a la calle para decirle a la clase política camastrona que no podemos seguir por este camino. No son cuatro perroflautas de la vida, ni cuatro analfabetos desarrapados, ni cuatro mendigos con cartela sin oficio ni beneficio, como quiere vendernos la ultraderecha mediática de Intereconomía. Es gente como usted y como yo, querido lector, es el vecino del quinto, la ciudadanía, el pueblo. No son de izquierdas ni de derechas porque hace tiempo que perdieron la fe ideológica. Son los que no llegan a la hipoteca, las familias que no tienen pan para sus hijos, los estudiantes con cuatro carreras y tres idiomas que terminan haciendo el máster en camarero de hamburguesería, el inmigrante antes tan cotizado y hoy tan humillado, despreciado, olvidado.
Es la mitad del país que ya no vota porque no tiene futuro mientras la otra mitad echa el voto durmiente a sagastinos y canovistas, o sea los de siempre. Aquí, en esta bendita Comunidad Valenciana, se vota PP por una mala costumbre, como el fumeta que no puede dejar el vicio y va arrastrando una tos seca y agarrada. Nos quedan otros cuatro años más de lo mismo, más faraones que levantan pirámides de papel, más barracones por colegios, más hospitales que se caen a trozos, más nepotismo, más sobrinos/as colocados digitalmente, más chanchullos, más paraísos bacardí, más trajes sin pagar, más parásitos de Villa y Corte, más corruptelas, más gurteladas, más chorradas pijas de Ric y más exabruptos de Fabra (que ya no estará pero seguirá estando, qué hartazgo). Nos queda lo mismo de los últimos veinte años, solo que peor, porque ahora ya no gobernará un político salido de las urnas sino un salido del FMI que mete mano a las camareras en un hotelaco de 3.000 euros de vellón por noche. Sin duda hacen falta más psiquiátricos para dar tratamiento a tanto yonqui del dinero. 
Sólo nos queda la esperanza de que esa movilización espontánea, esas montuosidades humanas de tristeza, esa marea ciudadana de desesperación que ha empezado a moverse se extienda como la radiactividad japonesa y haga recapacitar a más de uno. Cuando político y ciudadano se convierten en un matrimonio que ya no tiene nada que decirse porque el uno se conoce todos los trucos del otro y las palabras se van quedando huecas en la salita de estar, es que el amor democrático se apaga. En este país donde nunca pasaba nada y donde había mucho izquierdoso de tertulia de salón, un grupo de airados ciudadanos se ha levantado enarbolando las palabras de la tribu. Justicia, igualdad, libertad. ¿Se acuerdan? Se llaman a sí mismos «los indignados» y cada vez son más. Cómo estará de mal el patio que hasta Fabra, el hombre de las cien cuentas corrientes, ha dicho que este movimiento cívico le merece todo su respeto. El 22-M ya es historia. Nos disponemos a inaugurar una nueva legislatura de la cutredad, un nuevo acto de esta zarzuela con ventrílocuos en el escenario y banqueros controlando la taquilla. Pero cuidado: un puñado de indignados alza la voz por primera vez y pueden ser peligrosos. 
Si no, que se lo pregunten a Mubarak. 

Imagen: economiazero.blogspot.es

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