(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 21 de junio de 2010)
Zapatero decreta la vuelta al esclavismo y los sindicatos convocan una huelga general para septiembre. Méndez y Toxo han estirado tanto el calendario que cuando llegue el día ya se nos habrá olvidado que nos están puteando. Lo cual que tenemos un presidente maniatado por un señor alemán del Banco Europeo y un sindicalismo suave, blando, de baja intensidad. La izquierda se diluye.
«¿Y los sindicatos, dónde están, qué hacen sus organizaciones nacionales e internacionales, qué hacen callados?», avisó el gran Saramago antes de morir.
Con resignación marxista, nuestros líderes sindicales ya han reconocido que la huelga servirá para poco, que es tanto como quitarle el suspense a la película. Ir «pa ná» es tontería, pensará el ciudadano. Y con razón.
A esta nueva forma de entender la lucha obrera, comisiones y ugeté la han bautizado como «movilización ascendente», que es sin duda un gran eufemismo para decir que no se atreven a montar el cirio. Aquí somos todos muy civilizados, nos movilizamos pero «ascendentemente», oiga usted.
Los sindicatos de clase son tanques viejos, herramientas oxidadas. Se han quedado en el picnic dominguero y en las paellas gigantes para jubilados ligones. Con tanta sociedad de consumo, los sindicatos es que se han olvidado de cual es el sentido del obrerismo: la reacción súbita, espontánea, inmediata, combativa. Pero Méndez y Toxo parece que quieran inventar una nueva teología obrera, un sindicalismo burgués y camastrón que deja la revolución para septiembre por miedo a Europa. Un sindicalismo aplazado.
Zapatero, el Ecofin, la Merkel, la patronal y todos los jerarcas de la pasta canalla se merecen una respuesta en la calle hoy, ahora mismo, ya. Y no es por ponernos en plan rojillos, que después nos apuntan en la lista sumarísima de prefusilados. Aplazar a tres meses vista una huelga general supone degradarla a la categoría de cabalgata del día del orgullo proleta, a una muestra de coros y danzas con silbatos, tricolores desgastadas y el plasta de turno del megáfono gritando eslóganes malos: «Corbacho, cabrón, trabaja de peón» (un suponer). Con tanta apatía sindical se entiende que el personal vaya desmovilizándose, perdiendo la fe, como se vio en la reciente huelga de funcionarios. Aquello fue una despedida de soltero de amiguetes con muchas gorras, camisetas y pins para los niños.
Zapatero ya sabe que Méndez y Toxo quedan muy típicos tras la pancarta del Primero de Mayo, pero a la hora de elegir entre ellos y el Bundesbank, siempre mejor el Bundesbank. Qué le vamos a hacer, gobernar supone cometer injusticias, y Europa ha pasado de ser un sueño a una gigantesca calculadora que sólo sabe de números injustos. Si ZP obvia a Bruselas ya puede ir cortándose la coleta en medio de la corrida, como ese novillero mexicano que ha reconocido, con explicitud, su inviabilidad genital para la lidia.
«Cuando las cosas van mal, militancia pura y dura», le ha recomendado Felipe González al presidente. Cuando las cosas van mal, socialismo de plexiglás, democracia bursátil, festival porno de la patronal y una cancillería de ministros mudos y silenciosos como trapenses de la izquierda, diríamos nosotros. Capitalismo a braga quitada, o sea. El resultado es un PSOE descontento por las medidas de Zapatero Manostijeras, como cuentan los cronistas parlamentarios.
El Gobierno enfría su fervor socialista y los sindicatos hacen sindicalismo frígido, tibio, especulador. Esto es el holocausto capitalista con Díaz Ferrán frotándose las manos y Rajoy disfrazándose de Lenin del lumpenproletariat. Cómo añoramos las huelgas cruentas, alevosas y a traición de Nico Redondo. Aquellos sí eran sindicalistas capaces de tatuarse la fecha de una huelga general en el pecho. Hoy marcan un circulillo rojo en el calendario, como en la fiesta de San Juan, y se van de veraneo a Torremolinos.
¿La huelga general, dice usted? Para septiembre, hombre, para septiembre.
Imagen: Ricardo
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