martes, 22 de enero de 2013

EL AEROPUERTO

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 14 de febrero de 2011) 

Carlos Fabra ha dicho unas cuantas veces que se va, pero uno cree que no se irá sin inaugurar antes su juguete favorito, su fetiche freudiano, su aeropuerto. Todo caudillo necesita una gran obra/resumen, un testamento político para la posteridad. Pues el testamento de CF pretende ser ese aeropuerto que empezó a construirse cuando Lindbergh cruzó el charco y que ahora está embarrancado porque no hay pela para terminarlo.
El tiempo corre, la pasta no llega. Las elecciones están cerca y CF sólo piensa en su obra/epílogo. Unas veces se encuentra por la calle con algún empresario, algún primo o amigo, e intenta sacarle unas perrillas para barrer la pista de aterrizaje, que está toda llena de arbustos; otras le pide un anticipo a Camps, que anda más tieso que él y no tiene ni para los folios de los juzgados. «Anda Paco, mójate un poco, hombre, que el aeropuerto no avanza», le dice al honorable. Pero los fondos no llegan ni de Bancaja, ni del ministerio de la cosa, ni de FCC, ni siquiera del Bigotes de turno. Lo cual que tenemos un gran hombre sin proyecto, unos pobres aguiluchos masacrados y un aeropuerto ruinoso y sin aviones, que es como el que tiene un tío en Graná.
El tiempo se agota, la pela no llega. Para CF el aeropuerto es su gran legado definitivo, colosal, eterno. Felipe II se construyó El Escorial; Franco el Valle de los Caídos. El fervor por el gigantismo está en los genes políticos de esta derechona que se saltó la Transición. Franco inauguraba pantanos y Fabra empantana aeropuertos, que para el caso es lo mismo. El aeropuerto es un gran pantano de obra inconclusa, andamios, albañiles desfaenados, secarral, cemento muerto. El dinero es un mal compañero de viaje, siempre se acaba largando con otro. Nuestro presidente es una máquina de acuñar dinero, dinero que se pierde en proyectos imposibles, en mecenazgos dudosos y en asesores/tragaperras. 
CF quiso construir un gran aeropuerto, una cosa seria, pero calculó mal, se le acabó el parné y ahora le va a quedar un aeropuerto de Playmobil, una chapucilla campera, como el de Aterriza como puedas, con el perro famoso frotándose en la pierna del capitán y el piloto automático despiporrado. Fabra ya funciona con el automático, en situación de emergencia, en caída libre. Puso de copiloto a Martínez durante un rato, pero había turbulencias en la nave. Al segundo de a bordo es que le faltan horas de vuelo. 
CF quería cortar la cinta antes de las elecciones, sacar pecho, hacerse la foto junto a la estatua colosal y soviética que Ripollés cincela para él. Ínfulas de grandeza, vanidad de vanidades, terror al olvido. 
El premier sueña con aterrizar su carrera política en su mausoleo aeronáutico, en su aeropuerto grandioso, a ser posible en jet privado, que mola más. Un aeropuerto sin avión private en el hangar es que es una mierda de aeropuerto. 
El tiempo pasa deprisa, el dinero no llega. Su excelencia aún confía en brindar con champán entre nubes y cielos, entre Jumbo y Airbús, entre Caribe y Caribe, antes de que caiga el telón para siempre. Pero el dinero se acaba, ya no da para aeropuerto de primera, todo lo más para un low cost. 
Con tanto retraso los jubilatas alemanes se cansan y se largan a otro sitio. Ya están consultando folletos de Grecia, que es más barato, el sol es el mismo y hay unos soldaditos falderos muy típicos y turísticos. 
El tiempo pasa, la pasta no llega. El fracaso del aeropuerto es el fracaso de un hombre alicatado por su ambición, de un héroe wagneriano y crepuscular. CF deshoja la margarita de su futuro, de sus pleitos pendientes, como aquel Frankenstein deshojaba la flor de la niña y la aplastaba entre sus dedos ciegos y monstruosos. 
El presidente corre tras su sueño inmortal, tras su último sueño. Pero el tiempo se esfuma y la pasta no llega. 

Imagen: lasprovincias.es

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