miércoles, 30 de enero de 2013

EL RUIDO Y LA FURIA

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 26 de abril de 2010)

Faulkner escribió aquello del ruido y la furia. Pues eso es lo que nos pasa en este país: que hay demasiado ruido y demasiada furia. 
Cada día se adensa un poco más, en partidos e instituciones, el clima de crispación, de guerracivilismo. Hasta la final de Champions se vive como un nuevo cerco a Madrid, esta vez culé. Sólo faltan los pasquines del POUM revoloteando sobre el Bernabeu y Hemingway poniéndose bolinga en el Ritz, con Laporta. 
Sin embargo, en la calle, el peatonal, el currito, asiste sin mucho interés a estos preparativos guerracivilistas: hace la compra en Carrefour, sigue la Liga de fumbo (no es una errata, sigo a Forges), cumplimenta vicariamente su hora televisiva de cotilleos y braguetamen, queda con el amante o amanta, pasea al perro y juega a la Bonoloto. El aburguesamiento del español es el mejor antídoto contra la guerra. El burgués es el perfecto animal humano domesticado, dice Aldous Huxley. 
Quiere decirse que al ciudadano, al penitente de la factura, este clima artificialmente prebélico es que se la sopla bastante. Y no es fácil sustraerse al ambiente de contienda: Villarejo suelta que la querella de Falange contra Garzón favorece la expresión del fascismo español, el PNV espeta que una sentencia negativa del Estatut afectará a todo el país, Montilla insinúa que el Tribunal Constitucional es un árbitro vendido, Pedro J. que hay un aquelarre de nostálgicos izquierdosos y Almodóvar, vaya por Dios, pone la guinda con que esto es una nueva victoria de Franco. 
Parece que todo el mundo ha sacado ya del armario el mosquetón dialéctico, el uniforme y las canciones del abuelo de cuando la guerra, con lo bonito que es el rap y el hip-hop. Entre unos y otros están montando un tranquilo y feliz 18 de julio. 
Pero como digo, este pueblo ha avanzado mucho en 30 añazos de democracia. Las dos Españas, si es que existen, ya no son cosa de un país partido por el espinazo (tarugos rojos a un lado y tarugos azules al otro levantando el puño y el brazo) sino cosa de unas élites políticas incapaces y aburridas (o elites, que ni con la ortografía nos ponemos de acuerdo, coño). Alguien tiene ganas de guerracivilismo o está empeñado en crear ese clima sangriento para que nos olvidemos de los bingueros del Casino Gürtel, de los dandis del traje fácil, del tráfico de primeras damas enjoyadas, del despelote empresarial de Díaz Ferrán, de las memorias del palanquero Bárcenas, del pacto educativo que el PP no quiere firmar porque le interesa un alumnado ágrafo de calzoncillo (ellos) y tanga (ellas) asomadizos. Sólo la muerte de Samaranch ha devuelto un poco de aquella elegante cordura de la Transición que se ha perdido. Cómo añora uno aquellos tiempos míticos en que se hablaba de arquitectura política en lugar de demolición. Entonces el panteón de nuestro Olimpo ibérico estaba lleno de hombres prometeicos, valientes, brillantes: Suárez, que fue un astuto Pericles; Felipe, un César pragmático; Carrillo, un Napoleón rojo con peluca; hasta Fraga dio el do de pecho ante la llegada del masón y la horda marxista. Eran hombres de Estado, o sea. 
Ahora ya todo se ha podrido, sólo queda el barullo. Han convertido el grandioso Supremo en un rastrillo de mercachifles, el sagrado Constitucional en un nido de cuervos rencorosos. Benet dijo que la Guerra Civil fue el acontecimiento histórico más importante de la Historia de España. Cabría afinar aún más las palabras del maestro: el mayor acontecimiento de la Historia de España fue la Transición. 
Estamos en medio de un guerracivilismo de boquilla y plexiglás que empieza a cansar al personal. Esta España es que cansa mucho. Somos botes contra corriente, arrastrados hacia el pasado, nos diría Scott Fitzgerald. En este país se rema siempre hacia atrás. Algo hay en nuestros genes que nos hace miopes históricos. Para mí que esta guerra no pasa del verano. 
Firmamos el armisticio con el porrón de sangría y la canción de Georgie Dann. Fijo. 


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