(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 24 de mayo de 2010)
El pueblo se aprieta el cinturón mientras los inspectores de Hacienda le aprietan las clavijas a don Carlos Fabra Carreras. Todos tendremos el destino que nos hayamos merecido, decía Einstein.
De momento, el destino judicial inmediato del presidente diputativo pasa, entre otras cosas, por su American Express, por su Visa, esa Visa de oro que han desenterrado los peritos, arqueólogos de la codicia, y que era una hemorragia negra de dinero, un despelote bancario, o sea. Comidas regias, cenas (y no de sobaquillo, precisamente), hoteles babilónicos, restaurantes pompeyanos, trajes de vicio, coches jaguarescos, vacaciones en el mar, viajes azules, cosas.
Esa Visa era el pasaporte urgente y feliz para huir de los sacrificios de Gobierno, de las tareas abnegadas y aburridas de Estado, de los Plenos áridos y estériles, unos Plenos llenos de insultos amables, de bostezos tediosos, de señorías ejerciendo la moción de la siesta.
La Visa del manda popular era el salvoconducto para la aventura de echarse un póquer con los inspectores de Hacienda, para la correría del lujo, el morbo del riesgo y el sueño de Mallorca, será maravilloso viajar hasta Mallorca, que es el Miami español, corrupción en Miami, el cortijo Matas, o sea. Allí, en la isla de los honderos y piratas que acosaban a los barcos romanos, bajo las palmeras caribeñas, el presidente le daba a la Visa y al lado lúdico/balneario de esta democracia plutocrática y putocrática que nos gobierna. Con su tarjetaza de crédito, Fabra se ejercitaba en el arte del escapismo de la realidad, como un Houdini de la odiosa política.
Uno piensa que sería bueno confiscar esa Visa de Fabra, porque es un filón por explotar y un buen remedio para salir de la crisis. Así Zapatero ya no tendría que hipotecarse en recetillas neoliberales contra el crash, ni recortar al funcionario, ni congelar al jubilado (que ya siente el biruji) ni suspenderle el AVE al pobre Revilla, con lo majo que es el hombre, que no se mete con nadie. La clave para sacar cabeza de la recesión está en esa Visa clandestina y dorada, en ese tarjetón diamantino que deslumbraba al gentío cuando era desenfundado, pistoleramente, en los mejores restaurantes y casinos del mundo, porque el mundo es un gran casino.
Si tiramos de la Visa de Fabra y sabemos administrarla con cabeza fría y soviética, el país se arregla. Fijo que se arregla. De esa Visa sale seguro un plan quinquenal, un PIB, un PAI, un presupuesto general del Estado, millones, trillones, un Potosí. Con el pastizamen que segrega la American Express del señor presidente cubrimos el déficit público, salvamos el Ibex, tapamos las grietas de los bancos, reflotamos a Díaz Ferrán de sus quiebras, sacamos pecho ante Obama, saneamos los sindicatos y hasta le damos una propinilla a los pobres griegos, para que se vayan enterando de lo que es un país con recursos, hala.
Esa Visa sagrada de su excelencia es una mina de oro para los millones de parados y pensionistas que sufren en silencio el sistema cachondoliberal. Esa Visa nos daría para las pensiones hasta el 2020, y aún nos sobraría calderilla para el Montecristo de Rajoy y los trajes de Camps.
El ala roja del PSOE le exige a ZP un giro a la izquierda, la desamortización eclesiástica, la nacionalización de la banca, el estacazo al millonario. Pero nada de eso será necesario si sabemos sacarle el jugo a la Visa fabrista, porque esa Visa es la Piedra de Rosetta de nuestra economía, la teta Mastercard de la que han ido mamando, hasta la saciedad y hasta la suciedad, los banqueros agiotistas, los constructores, los chóferes que van de gorra, el club de vela, las procesiones de Semana Santa y la mujer de la limpieza, más algún periódico que hacía de palmero.
Sinatra fue el hombre del brazo de oro. Fabra es el hombre de la Visa de oro, sólo que con un poco menos de voz y un enganche a otra clase de caballo: el caballo del dinero. Si los peritos siguen hurgando, Fabra tendrá que clausurar la Visa. Y ya sabemos lo que dijo Séneca: al comienzo fueron vicios, hoy son costumbres.
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