(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 25 de octubre de 2010)
A mí, como tú comprenderás, Ric, me la trae al fresco lo que el partido haga o deje de hacer contigo. No me importa si te envían al escaño 230, junto a la señora de la limpieza, o te adjudican el negociado de Fallas y Paellas o te ponen a dirigir el cotarro otra vez, como pretenden hacer Camps/Fabra. Fuiste un niño malo y deberías pagarlo con una dimisión irrevocable, definitiva, inapelable. Pero sí hay algo que te admiro y te admiraré siempre, tron: tu porte distinguido en la tragedia, tu elegancia aristocrática y decadente en la derrota, tus trajes dublineses marca Richi Costa.
Eres el Gatopardo de una época negra que se acaba. Lo tuviste todo en tus manos, una sastrería personal, un carraco último modelo, un partido, un mundo. Y de buenas a primeras, el castillo de naipes se te vino abajo. Unos polizontes se colaron en tu casa y te grabaron un hit parade con tus camaradas del lobby gurteliano. Es lo que tiene montar tertulias oscuras y a escondidas, con lo bonito que es ir al Café Gijón con luz y taquígrafos (el otro día estuve allí, otoño madrileño marrónhojarasca). Ric, tú has caído en ese enredo maldito de las tertulias policiales. Pero siempre quedarán tus trajes, esos trajes que me gustan tanto porque son guays, con esas camisas marioconde de cuello duro y esos pantalones ceñidos que a mí ya no me entran ni de coña.
Este pueblo valenciano sufrido y agradecido seguro que te quiere, yo sé que te quiere. Aquí la gente soporta cualquier cosa, el robo a manos llenas, el atraco ministerial, el hormigonado de las playas, el abucheo infame a un presidente del Gobierno, el fraude fiscal, que ahora se premia y se aplaude como deporte nacional. Pero lo que no soporta el pueblo peatonal es el mal vestir. Y por eso tú gustas tanto, tío. Eres un Oscar Wilde de la política local. Has hecho de las Cortes autonómicas tu pasarela Cibeles, o Gaudí, me da lo mismo (yo sé que tú no pones prejuicios anticatalanistas a la hora de hablar de trapitos). Estás enamorado de la moda juvenil, de los chicos, de las chicas, de los maniquís. Encajas bien en el sistema porque hoy la política es, antes que nada, una moda. Tú estuviste de moda, fuiste el top del momento, lo más, con tu discurso retrofacha, tu acento de niño bien y tus trajes finos como piel de serpiente. Mudas de piel en función de los avatares de la vida o de los sastrecillos valientes que se van de la mui y te salen cantarines. Ese traje Milano que ya no sé si llevas era tu mono de faena mono.
No te arrugues si has caído en desgracia. Lo tuyo le pasa a muchos que suben como la espuma y caen y pasan de moda como marilynes del star system. Y si no que se lo pregunten a los ministros afectados por el ERE de Moncloa. Hasta De la Vega ha dicho ya que en el Gobierno hay que tener siempre las maletas preparadas.
Hoy el pueblo quiere ser como tú, vivir deprisa, llevárselas de calle, pilotar coches ultrasónicos, lucir gomina travoltiana, marcar estilo y codearse con Ecclestone, ese Andy Warhol del motor. A ti te pone la raya (diplomática se entiende, no la jodamos). No eres como esos diputados rojillos y desastrados que se visten de cualquier manera para ir al sacrosanto lugar de la palabra valenciana, como dice Camps, que te quiere reinsertar. Hay diputados que van a las Cortes vestidos como perroflautas de la vida. Otros parecen enterradores, hombres grises, como los de Sabina. Cualquier día sus señorías se suben al atril en pantuflas para echarnos el discursito, si no ya lo verás, Ric. Ése será el final de la democracia. Tú no, tú has sabido caer con estilazo. ¿Cómo calificaríamos tu estilo? Bancario, sí, eso es, bancario. Has impuesto un sello Wall Street. Con dinero por delante todos los caminos están abiertos, decía Shakespeare. Tú siempre has manejado el parné del partido, has abierto puertas, has movido pasta para todos (que siempre tiene más morbo y aventura que el aburrido agua para todos). El pobre se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza y el distinguido se viste, recuerda Balzac. Pues tú te vistes como un señor hasta en las horas más bajas.
No te admiro por lo político sino por lo elegante. Antes muerto que sencillo. Tuyo siempre.
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