miércoles, 23 de enero de 2013

FUMANDO ESPERO


(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 31 de enero de 2011)


Vaya por delante que estas líneas las escribe uno que no fuma y no por falta de ganas, sino por miedo al cangrejo.

Zapatero ha acertado con una ley que es un paso más para terminar de educar y civilizar al país, para superar el viejo mito de «África empieza en los Pirineos» y para acabar con la leyenda negra del español tabernario, atávico y ágrafo que tose su humo incívico en la barra del bar. Algunos hosteleros se han declarado en rebeldía ante la nueva normativa, pero no pasan de ser cuatro folloneros efímeros con ganas de salir en el programa de María Teresa Campos. Esos mesoneros insumisos han pretendido resucitar el manido tópico de las dos Españas, sólo que en su versión más tabaquera.
Entendemos que la ley es buena, aunque el tabaco nos haya dado cosas inolvidables: Lauren Bacall acariciando un pitillo entre sus labios húmedos, Bogart dando caladas existencialistas, Churchill salvando el mundo con un puro y Balbín saboreando su pipa inteligente. Mark Twain decía que era fácil dejar de fumar, porque él lo había hecho cien veces. 
Con el decreto, la tasca va a perder el morbo y el romanticismo de aquella nube de espectros blancos serpenteantes, eso es cierto. Un bar sin humo es como un convento sin monjas, y el personal piensa que para cuatro días que nos queda en el convento mejor nos echamos un marlboro, venga al territorio del sabor. 
Aunque el Gobierno acierta prohibiendo los malos humos en lugares públicos, no podemos pasar por alto la hipocresía y la maldad del Estado trincón, que por un lado desaconseja el tabaco por venenoso y por otro le saca miles de millones a la colilla chupeteada. Uno tras otro, todos los gobernantes lanzan ruidosas campañas contra el tabaco con fotografías de gargantas enrojecidas y corroídas por el cáncer, pero a ver quién es el guapo que se atreve a prohibir el negocio. Ningún mandatario osaría quitarle el opio al pueblo, porque sería impopular y porque además el tráfico de nicotina a gran escala rinde muchos impuestos. Gobierno que quiera terminar con el vicio, Gobierno que perderá el poder, eso seguro. 
El tabaco es el estraperlo del Estado, y aunque las estanqueras ya no son aquellas lánguidas y pobres viuditas de Franco, dirigen sucursales de la Philip Morris, o sea sucursales del Ku-Klux-Klan multinacional.
El Estado-camello trafica con el pitillote recio porque todo Estado es hipócrita por naturaleza. A nuestros gobernantes se les seca la lengua predicando la paz en el mundo cuando este año le hemos vendido la friolera de 730 millones en armas a los negritos para que se vayan matando por la mañana antes de desayunar, si es que les llega para el café. No saben los pobres africanos que las escopetas españolas son como de feria y fallan siempre. 
Con la ley antitabaco promulgada y publicada entramos de verdad en la ilustración europea, avanzamos en educación civil, pero el gentío que le da al jodío fumeque, como decía el gran Paco Rabal, el peatonal que le pega de verdad al vicio del cartón, seguirá fumando para olvidar. El español fuma para evadirse de los cuatro millones de parados, de la sempiterna crisis, de los puñeteros mercados, de la gasofa que está por las nubes, del FMI, de la ley Sinde, del pensionazo, de las chorradas de Aznar, de que su equipo ha perdido un domingo más, de las bromitas de la Merkel, de los chinos que se lo están comiendo todo, de la suegra que está cada día más momia, del aeropuerto sin aviones de Fabra, de los trajes de Camps y en ese plan. El español tabaquista y resignado tiene hambre de tabaco como Rajoy tiene sed de urnas, que de tanta sed que tiene el hombre a ver si se ahoga en un vaso de agua en la cocina de la Moncloa. Lo mismo cuando llegue el gallego del puro, como piensa abolir todo lo que huela a sociata (el matrimonio gay, el aborto, la sentencia del 11-M y eso) convierte España en un gran estanco (y ya se sabe que un estanco es como un cuartel con la rojigualda en la puerta). 
Desesperado de todo, amargado en su silencio espeso y blanco de humo, el pueblo le da a la ruleta rusa del tabaco para olvidar y canta aquello de fumando espero al hombre que más quiero (mucho nos tememos que será Rajoy, querida Sarita). 
ZP, con ésta y otras reformas sociales, está haciendo la revolución silenciosa e ilustrada que le hacía falta a este país.
Pues yo creo que voy a celebrarlo liándome un pito. 

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