(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 19 de abril de 2009)
Pues que el Gobierno, como no se ha atrevido a quitar el pollo franquista de la Comandancia de Marina de Castelló, ha ordenado emparedarlo en un bloque de cemento, para que no pueda verse. Y ya tenemos montado el pollo.
En este país, cuando se trata de ajustar las cuentas con la memoria reciente, se echa una paletada de cemento a la Historia, para que no se vea, y a otra cosa. Así hicimos la Transición, enterrando la verdad y tapándonos la nariz. El Gobierno podría haber retirado el pollo genocida, con sus yugos, sus flechas y su todo, pero todavía hay mucho miedo a que el pájaro se levante y eche a volar. Mejor no enfadar al aguilucho, pitas, pitas.
Que España tiene miedo a la verdad ha quedado patente en el caso del pollo castellonense y en el de esa estatua ecuestre de Franco de Valencia que no ha sido destruida, sino aparcada en un almacén militar, por si hay que sacarla a pasear algún día.
Aquí, en lugar de fundir los símbolos y bustos de los dictadores los coleccionamos en el Valle de los Caídos. Aquí nos ha faltado colgar a un dictador por los pies, como hicieron con Mussolini, mayormente por ir exorcizando fantasmas.
Han pasado más de 30 años desde la muerte del tío Paco y aún nos sigue temblando el pulso cuando nos toca retorcerle el pescuezo a un pollo ultra. Lo cual demuestra que estamos en una democracia blanda de arte y ensayo que se ha acostumbrado a la «música del olvidar», creo que lo dijo Nietzsche pero no voy a levantarme a mirarlo.
Al pollo de la Comandancia de Marina lo han encofrado como los soviéticos encofraron la central de Chernobyl. Los pobres rusos aún rezan para que el veneno se vaya diluyendo con los siglos. Aquí rezamos para que el pollo no vuelva a salir de su tumba de cemento. Pero ocurre que el veneno, el pajarraco, por mucho que se quiera ocultar, tapar, sepultar, enterrar o encubrir, no languidece ni muere, sigue ahí, avizor, vivo, coleante. Nuestra radiactividad, nuestra maldición histórica, es ese aguilucho cenizo, ese pollo que hemos criogenizado ahora por miedo a matarlo definitivamente, ese abejaruco al que hemos embaulado en un ataúd, en plan Drácula, para que deje de picar al personal, aunque sea sólo por un ratito. Metemos el pollastre requeté en un sarcófago a sabiendas de que el espíritu de la momia no ha muerto, sino que está presto a irse de parranda (la guerra civil fue una parranda demente y sangrienta).
No hay más que ver lo que están haciendo con Garzón sus señorías falangistas del Supremo. Se les transparenta la nostalgia, el rencor, a esos magistrados tarretes. Les afloran los tics franquistas. Ahora quieren llamar a consultas a los periodistas extranjeros para explicarles que aquí todo se hace muy democrático y muy legal, que aquí no mandamos jueces rojos a la cárcel así como así, hombre, sólo los pasamos por las armas ideológicas cuando se meten con el señor Franco, faltaría más, un respeto, oiga. No se le hubiera ocurrido ni a Fidel. A uno se le antoja que esta idea bananera del Supremo de querer aleccionar periodistas, además de sainetesca y humillante, resultará inútil, porque el Washington Post, el New York Times, Le Monde, el mañanero de Tombuctú, toda la prensa libre mundial ha puesto ya el ignominioso titular, ha aireado ya el escándalo de la Justicia española, el asalto al poder judicial de los boys de las JONS.
Retirar pollos de ayuntamientos y nombres fascistas de las calles se nos antoja muy higiénico y ejemplarizante para una democracia joven como la nuestra. Es preciso hacerlo, sin duda. Pero uno cree que antes se impone desmantelar los poderes fácticos que están subyacentes, implícitos. Más importante que retirar unas cuantas estatuas de generalotes rebeldes y unos escudillos futbolísticos sería hacer limpieza de falangistas en tribunales, escaños y alcaldías, abolir las diputaciones provinciales (son reductos de caciques), cerrar los estancos de las viudas vencedoras, jubilar a Fraga, darle sindicatos a la Guardia Civil, suprimir cine de barrio, degradar a los tejeros de los cuarteles, mandar a las misiones a los obispos fachillas y suspenderle el honoris causa a Aznar. Después ya tendremos tiempo de sacar los pollitos de las calles. Y hasta de hacer la Transición.
Imagen: Blog de Iñigo Landa
No hay comentarios:
Publicar un comentario