miércoles, 16 de enero de 2013

LOS ESCOLTAS

(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 6 de junio de 2011)

Uno no quiere hablar de Carlos Fabra, un tema recurrente cuando faltan buenas ideas para la columna. Pero es que la noticia, los titulares, los escándalos, nos obligan, una vez más, a referirnos al célebre susodicho, al mentalista de la lotería, al sheriff del condado, como él se autoproclama. 
Ahora planteaban hacerlo concejal electo para darle una jubilación dorada y floral llena de escoltas, escoltas que, mucho nos tememos, tendrá que amortizar el bolsillo del pueblo. Ya sabemos que queda muy típico presumir de un escolta distinto para cada día de la semana y a juego con la corbata. Ya sabemos que queda muy chic abrir el guardarropía (los ricos tienen guardarropía o similar, nada de empotrados) y sacar un fornido escolta gris marengo que te realza el tono del cabello y el color de los ojos. Pero este país pobre y escaso, señor Fabra, ya no está para escoltas, alegrías y dispendios. 
Llevamos demasiado tiempo aireando, criticando, denunciando que el presidente diputativo es una máquina tragaperras andante que no para de triturar dinero, nuestro dinero. ¿Y para qué querrá tanto escolta el señor Fabra? Como no sea para pasear al perro, como hace Gallardón, no se entiende. Ahí el alcalde de Madrid sí que ha dado una lección a su camarada de partido. Gallardón es un romántico que pasea al chucho a la luz de la luna, con su mujer, sin escoltas, a pecho descubierto. Y si se presenta una manifestación intempestiva de indignados pues se detiene un momento, los saluda amablemente y se pone a charlar con ellos un rato sobre el paro, la prima de riesgo o las ideas de Montesquieu, que unas clases teóricas callejeras no vienen mal a la muchachada rebelde. Un político no debe tenerle miedo a su pueblo. Pero Fabra, con tanto guardaespaldas a su alrededor, con tanto aprendiz de Kevin Costner llevándolo en volandas, parece querer esconderse de algo, de alguien. De los recuerdos y remordimientos, de los amigos del pasado, de los enemigos del futuro, quizá. El que algo teme, algo esconde, marioconde. Un político que tiene miedo es como ese Mastroianni de Ocho y Medio que, aterrorizado, se acaba metiendo bajo la mesa porque le paraliza el pánico al fracaso. Por miedo o porque viste mucho un guardaespaldas, el señor Fabra, tan patriota él, no baja su caché de escoltas aunque se hunda la patria. 
Por eso urge que el partido le diga de una vez por todas que estamos metidos en un pobre corralito, que la teta del Estado no da para más, que éste es un país de robinsones que viven con una mano delante y otra detrás, un país pendiente de que la Merkel le meta un ERE germánico por donde más le duele. 
Nunca hay crisis ni planes de ajustes para hombres como Fabra. Para él siempre hay una calderilla a tiempo de la Cámara de Comercio, un sueldo municipal de emergencia por la patilla, un sobrante urgente de algún amigo.
Bruselas nos prepara un paquete de padre y muy señor mío, la Banca embarga la casa al parado y al pensionista, el pueblo levanta barricadas de indignación en la calle. El país, incendiado de miserias, se va al garete. Y mientras, él sigue montado en el mismo carrusel descocado, business class, a todo trapo, con faldas y a lo loco, más madera, siempre rodeado de escoltas, siempre parapetado tras su falange tebana, tras su escudo humano de cachitas hormonados. 
Debe haber algo freudiano en esa obsesión por llevar un tipo full time adosado a la espalda. Fabra tira de escolta hasta cuando tiene que visitar al señor Roca. Se vaya o se quede (eso ya da igual) quedará como símbolo de los años del atracón. Él es la banca del Casino que siempre gana. Terminará por llevarse los escombros del terremoto. Al tiempo. 

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