Ha publicado nuestro sagaz periodista Jordi Ruiz que un retórico del filofascismo daba clases de oratoria a los chicos del PP. Ahora se entiende todo. Ahora se explica todo. Es que un trovador del neonazismo se los llevaba de ejercicios espirituales los fines de semana. Acabáramos.
El responsable de enseñar Quintiliano a los pupilos de la derechona era un tal Isidro Juan Palacios, declarado seguidor del CEDADE neonazi. No había otro maestro de retórica en el país, claro, era necesario recurrir al abogado del Diablo. Menos mal que el Doctor Mengele ya no anda entre los vivos, que si no, todavía lo rescatan, adecentan a la momia y la ponen a dar clases de repaso.
La derecha española siempre ha creído más en la retórica que en la democracia. El mismo Pemán decía que hablando bien se luce la gente. Lo cual que aquí se trata de echar el mitin para lucirse, aunque ni ellos mismos se crean lo que dicen.
La dirección nacional del PP ha reaccionado pronto y bien despidiendo al susodicho profesor, pero uno cree que el daño ya está hecho. ¿Cuántas doctrinas perniciosas del oscuro maestro habrán calado como el ácido, inconscientemente, freudianamente, en las mentes inocentes de ese partido? Una diputada pepera ya ha dicho que no le notaron nada raro al chico, lo cual todavía da más miedo. Si yo fuera alumno de esa hornada no me fiaría un pelo del profesor de oratoria, que estos revisionistas del facherío nostálgico siempre llevan el chip en el bolsillo para clavártelo en la nuca al menor descuido, como en Los invasores de Marte.
Viendo los profesores de retórica que se gasta la derechona entendemos el bigote germánico de Aznar, el machismo recalcitrante del alcalde de Valladolid, el tono wagneriano (por excesivo) de González Pons, la posesión endemoniada que le aflora a Miguel Ángel Rodríguez, el fervor cosaco de Federico Trillo y otros trastornos nerviosos.
Recemos para que Rajoy haya hecho novillos durante este curso y nos llegue virgen de extremismos a la Moncloa, si es que llega. Uno no quiere ni pensar lo que puede haber pasado en esas aulas tétricas de oratoria. Usted, señorito Fabra, me recite de pe a pa los principios fundamentales del Movimiento; a ver, señorito Martínez, la fecha exacta en que Franco llegó a cabo; y usted, señorito Aparici, marque con una cruz la casilla que dice: «El holocausto judío fue un montaje de los yanquis». Y los párvulos disciplinados, entregados, extáticos.
Para mí que esas clases que impartía el pedagogo de guardia del PP han tenido que calar muy hondo en el partido. ¿Quién nos asegura que allí no se daban ejercicios de saludo imperial, brazo en alto, o cursillos de taconeo militar? ¿Quién sabe si aquellos seminarios retóricos no eran sino fines de semana a la alemanita? O sea, jornadas con mucha salchicha Frankfurt, mucha rubia de raza superior y mucha canción patriótica y viril, como en la noche de los cuchillos largos, en plan Visconti.
A ver si va a resultar que aquellas charlas de Herr Professor Palacios se impartían a la vieja maniera mussoliniana, a saber: gimnasia fuerte y aria al amanecer y a tragarse el tocho Mein Kampf por la tarde.
Van de demócratas por la vida pero en la intimidad no superan el tic retro, el complejo ancestral de la cueva (cualquier día Arsuaga va y descubre que los íberos del PP pintaban aguiluchos en vez de bisontes en las paredes de Altamira).
Para mí que cuando llegan a casa por la noche se ponen delante del armario/espejo, se visten con el uniforme y las medallas del abuelo y a darle al antebrazo.
Que se tumben en el diván y se hagan mirar el travestismo político. O sea.
Ilustración: Paridas Club
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