Han comenzado los Mundiales y el planeta entero vive pendiente de la reliquia sagrada, de lo único importante, del esférico, según escriben los del Marca. El furbo y el furbito. Pero el fútbol ya no es un deporte, ni siquiera una religión, como denunció el añorado maestro Vázquez Montalbán, sino que es más bien una espantosa máquina de acuñar capitalismo fuerte y un instrumento de control de las masas orteguianas al servicio de la globalización.
El Mundial es la excusa perfecta para seguir sacándole diamantes y petróleo a los pobres negritos del África tropical, que ya no ven más negocio que atracar hoteles internacionales para llevar un sueldo a casa, si es que tienen casa.
No nos extraña. Hoy los futbolistas son un club de millonarios con jacuzzi que aparentan jugar por su bandera cuando en realidad juegan para seguir haciéndole anuncios a su marca comercial y para que no le rompan el tobillo Mapfre, asegurado en un riñón. Esto del fútbol era más romántico y divertido antes, cuando no había tanta táctica, ni tanta estrategia ni tanto merchandising. A los españoles nos etiquetaron con aquello de la Furia (por no llamarnos paletos directamente). O sea, el pañuelo anudado en la cabeza, a mí Sabino que los arrollo, el botellazo yugoslavo a Juanito, el gol/gatillazo de Cardeñosa, el codazo a Luis Enrique, el timo chino que nos preparó un árbitro con apellido de maltrabaja, y en ese plan. Afortunadamente hemos dejado de ser tontos de campeonato. Ahora jugamos como gongorinos y estamos en el G-20 (aunque sea de postizos). Pero el deporte rey ha perdido pureza, ya digo, se echa de menos aquella odisea de héroes homéricos en calzoncillos a la conquista del mundo. Y en aviones que se perdían en el océano, que aún tenía más mérito. En algún lugar he leído que el único periodista acreditado, cuando el NO-DO, era Matías Prats.
La globalización, que no es sino un atinado eufemismo del colonialismo, lo ha adulterado todo, y los jugadores de Camerún son infiltrados de la Premier y los de la Premier son mercenarios de unos jeques de Arabia que compran clubes como rosquillas y el entrenador de Inglaterra es un italiano con apellido de peluquero. Según cuenta la press, los jugadores españoles se levantarán 600.000 euracos por ganar los Mundiales, nada, un chupito, y Casillas además se lo montará con la Carbonero. España en caída libre y la masonería del fútbol en un safari africano con elefantes de plástico, que de los otros ya no quedan.
En Sudáfrica hay 4 millones que viven con menos de un euro al día. Y en lugar de llevarles comida y libros les llevamos balones analfabetos en una especie de gran cruzada cazurra para convertirlos en lo que ya somos en Occidente: patriotas futboleros, gilichorras del balompié, hinchas teleflipados. Aquella gente salió de la barbarie del apartheid y ha terminado en otra barbarie más económica pero no menos terrible: el niño esquelético de Soweto que se muere de hambre en la calle mientras le da patadas a una lata de Coca Cola y le pone unos cirios a la estampita del dios Cristiano. Correré como un negro para vivir como un blanco, dice Eto’o. Los sudafricanos han corrido para escapar de las garras de Frederik de Klerk y al final han caído en las de Blatter.
Este fútbol hollywoodiense es la quintaesencia de la globalización. Por eso la FIFA se ha planteado prohibir la vuvuzela, esa trompeta que imita el sonido de un enjambre de abejas y que es el símbolo de un pueblo pobre y oprimido. A Occidente no le interesa la voz herida de África ni sus vuvuzelas. A Occidente sólo le interesa el chow/business. Construirán un par de estadios galácticos rodeados de un mar triste de chozas de cartón y uralita y se largarán con el botín.
Ya todo es fútbol. Rajoy se pone la Roja y posa en el Marca. Zapatero reza para que San Vicente Del Bosque esté iluminado. La política es el arte de manejar los impulsos niñoides de un país. Ra, ra, ra.
Imagen: Forges
Imagen: Forges
No hay comentarios:
Publicar un comentario