(Publicado en Levante-EMV de Castelló el 30 de mayo de 2011)
No nos engañemos, este PSOE ya no es lo que era. Este PSOE ya no es aquel partido de los cien años de honradez y los grandes principios de la izquierda. Han enterrado, sin pudor, a Largo Caballero y a Indalecio Prieto. Hace tiempo que venimos diciendo que el partido de la rosa está formado por renovatas de diseño, amnésicos de la lucha de clases, socialcapitalistas de bajos vuelos, nuevos señoritos, amigos de panllevar, renegados de Marx, líderes improvisados, banqueros de corbata roja, más el lobby gay de Zerolo, los payasos de la Sexta, algún actor hollywoodense, algún aprovechado de la SGAE y algún que otro catedrático comunistilla en busca de nuevas sensaciones.
Este PSOE que sigue empeñado en debatir sobre las caras cuando el gran debate es el de las ideas ha terminado como un boxeador sonado, derrotado, hundido. Tras la ruina de las municipales emergen sobre los escombros dos clanes (o más) que se disputan las migajillas. Matar al hermano para quedarse con la herencia del poder es horrendo pero matarlo para usurpar la miseria de la derrota resulta grotesco y patético.
Dice la press que hay una conjura en marcha contra Zapatero. Unos apuestan por las primarias, otros por el congreso extraordinario. Unos apoyan a Rubalcaba, otros a la Chacón, que ha tirado la toalla. Frente a la debacle proponen más aparato, más superestructura, más tramoya de partido. No entienden nada, van de dislate en dislate. No se dan cuenta de que el futuro no está en los congresos traicioneros, ni en las reuniones aburridas de Ferraz, ni en las grandes cumbres pesetarias del G20. El futuro está en la calle, en esa revolución pendiente de parias indignados que quieren hacer la segunda Transición. Yo los he visto metidos en faena, he pisado su territorio comanche. He compartido sus debates y propuestas. He aplaudido junto a ellos, he abucheado como ellos, me he emocionado con ellos. Me he empapado los pasquines protestantes que han clavado en la puerta del ayuntamiento, he leído los poemas que han escrito en tristes cajas de cartón (algunos potables, otros bastante cursis), me he puesto esa máscara ladina de bigote afilado (en el mundo todo es máscara, dice Larra). Sí, lo reconozco y no me avergüenzo de ello. Me he sentado en el suelo con toda esa gente, codo con codo, como hacían los griegos en el Bouleuterion. Lo que están haciendo es lo más parecido a aquello que hacían los griegos de Pericles. Ahora sé dónde está la izquierda real, los socialistas auténticos, los progres de verdad. No hay que buscarlos en el PSOE, donde se ha instalado una camarilla de intrusos que nunca leyeron El capital. Una democracia estancada que no avanza se pudre y se convierte en la peor de las dictaduras. Cuando un pueblo piensa es que progresa.
Zapatero es el último gran vendedor de enciclopedias, el último comercial de esa estafa que han querido colocarnos como socialdemocracia y que naufraga en un mar de contradicciones. Usted mismo, señor presidente, se ha hecho el haraquiri untando a los quinquilleros de la banca, recortando salarios y flexibilizando al obrero. Su gran error ha sido no ser fiel a sí mismo hasta el final. Quiso cambiar de caballo en mitad del río, se tiró de cabeza y le arrastró la corriente, como en aquella canción de Manolo García. Por querer quedar bien con la Merkel y sus mercados rabiosos ha terminado dando la espalda a los que le votaron, a los trabajadores, al pueblo.
Pero puede que aún no sea demasiado tarde, señor ZP. Baje de la fortaleza en la que se ha atrincherado a la espera del final, únase a los plebeyos, pídales perdón, escúchelos y asuma sus ideas. No es tan difícil, algunas de las consignas que gritan por las calles están en el viejo manual de su partido, ese manual que ha quedado un tanto polvoriento y olvidado. ¿Es tan complicado escuchar al pueblo? Haga suya esta revolución tranquila y salve los muebles. Si no los de Moncloa, al menos los de Ferraz.
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