sábado, 19 de enero de 2013

LOS DIEZ NEGRITOS

(Publicado en Levante-EMV de Castellón el 18 de abril de 2011)

Primero fueron los diez mandamientos, después los diez negritos de Agatha Christie, más tarde los diez magníficos (que en realidad eran siete, pero es que si no, no me cuadra esta columna) y ahora, y ya para siempre, ya para la Historia universal de la infamia, los diez imputados de Camps. Las listas tontas del PP valenciano son las listas del mamoneo, del raterismo, de la corrupción. Rajoy sabe que esto de la política ya no es cosa de ética, sino de supervivencia, resistiré, como decía la canción de aquella pareja sesentera y horteraza, y por eso mira para otro lado cuando Camps le sirve una bandeja de amigachos de francachelas gurtelianas que de momento callan pero que algún día, quien sabe, quizá les dé por hablar. Las listas populares están llenas de mudos con vocación de cantantes, de sacerdotes de Amón dispuestos a largar (Amón sería el propio Camps, que tiene un perfil egipcio/faraónico que le delata). Y a esa legión de afásicos peligrosos hay que darles sobre y cargo, porque un aspirante a soplón despechado puede terminar en el trullo y hacer correr mucha sangre. Un preso tiene demasiado tiempo para jugar al mus, y perder al mus encabrona mucho y luego se le calienta la lengua a uno. 
Así que Rajoy ha reflexionado estos días de precampaña, ha sacado la conclusión equivocada de que sus listas levantinas están tan sucias como las demás y ha asumido el precio del silencio. Como Simenon, debe haber pensado que todos tienen un cadáver en el armario. El problema es que sus cadáveres son de los más graves, sus cadáveres brindan con mafiosos, chamarileros con monóculo y putos, alternan regalos con el mismísimo Dillinger, comparten traje y corbata con el Mal, y eso no debería ser tolerado por un candidato serio y honesto que aspira a ser presidente del Gobierno. En la política española se ha instaurado la idea perversa de que cualquiera sirve para la res pública, siempre que luzca un moreno chuloplayas y maneje con maestría el piquito de oro. Hoy cualquier mequetrefe sin escrúpulos puede llegar a concejal, a director general, a ministro y a la Moncloa si se lo propone. No se exigen ideales, no se exige la preparación y el talento propios de un estadista, basta con la ambición y un estómago rumiante a prueba de bomba capaz de digerir toda la basura que va generando el sistema. Rajoy que se vaya aplicando aquello que dijo el gran Ramón: «Lo peor de la ambición es que no sabe lo que quiere».

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