(Publicado en Levante-EMV de Castellón el 18 de abril de 2011)
Así que Rajoy ha reflexionado estos días de precampaña, ha sacado la conclusión equivocada de que sus listas levantinas están tan sucias como las demás y ha asumido el precio del silencio. Como Simenon, debe haber pensado que todos tienen un cadáver en el armario. El problema es que sus cadáveres son de los más graves, sus cadáveres brindan con mafiosos, chamarileros con monóculo y putos, alternan regalos con el mismísimo Dillinger, comparten traje y corbata con el Mal, y eso no debería ser tolerado por un candidato serio y honesto que aspira a ser presidente del Gobierno. En la política española se ha instaurado la idea perversa de que cualquiera sirve para la res pública, siempre que luzca un moreno chuloplayas y maneje con maestría el piquito de oro. Hoy cualquier mequetrefe sin escrúpulos puede llegar a concejal, a director general, a ministro y a la Moncloa si se lo propone. No se exigen ideales, no se exige la preparación y el talento propios de un estadista, basta con la ambición y un estómago rumiante a prueba de bomba capaz de digerir toda la basura que va generando el sistema. Rajoy que se vaya aplicando aquello que dijo el gran Ramón: «Lo peor de la ambición es que no sabe lo que quiere».
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