(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 12 de abril de 2010)
Lo que más le asombra e inquieta a uno de toda esta movida de la Gürtel es que un hombre vulgar y corriente, un apellido sin historia, un tipo con perilla corleonesca y melena engominada de chuloplayas, pueda llegar a controlar la pasta de un país, si se lo sabe montar. Francisco Correa (Don Vito), un suponer.
Lo ha dicho muy bien Gaspar Llamazares: «La polea de la correa estaba en el corazón del PP». Lo cual que había una máquina perfectamente articulada.
Arquímedes pidió un punto de apoyo para mover la Tierra. Correa le pidió un punto de apoyo al tesorero Bárcenas para mover su formidable y espantosa máquina de acuñar dinero malo. El invento de don Vito era un engranaje perfecto de hombres oscuros, correas y poleas, correas que llevaban plata de un bolsillo a otro, muchas correas, qué jaleo de correas. Más tarde colocó a Álvaro Pérez, El Bigotes, en la sucursal valenciana del sindicato del crimen. En unos años, y a la sombra del aznarismo, el dinero empezó a fluir con vigor amazónico. Hasta 27 millones de euracos en comisiones subterráneas. Toma ya. Y la correa trabajando, cifrando, trilando. Venga contratos delictivos, venga comisiones tontas, venga adjudicaciones a dedo. Así que don Vito y el Bigotes, a ver si no, fueron para arriba. Tuvieron que comprarse una maquinita de contar billetes, que tanta tinta pone los dedos perdidos.
España entera se convirtió en una gran maquinaria de inmundicia. Felices sobornos, maletines rápidos y escurridizos, paraísos artificiales en plan Baudelaire, caviar al calor del piano en el Hotel Fénix, rusas de lujo en el Pigmalión, el chaquetón sospechoso de Cotino, el atraco a Canal 9, relojes, joyas, trajes, toma el dinero y corre (a Suiza, mayormente), la dolce far niente, la refinada holgazanería.
Había tanta mierda dorada borboteando en el país que la mancha cruzó el charco mediterráneo y llegó hasta Mallorca. Por eso Jaume Matas tuvo que recurrir a una escobilla para el váter de 375 euros. Una más barata es que no daba para tanta mierda.
Cuenta el novelón de Garzón que Espe también quedó atrapada en el sistema de correas. Se le fue la pinza y se saltó la ley de contratos unas tropecientas veces. Lo malo que tiene la máquina del dinero es que genera neurosis, enfermedad profesional. Más que cárcel el corrupto necesita un diván.
De modo que el engendro mecánico estaba muy bien montado. Todo político de la derechona formaba parte armónica de la correa, del monstruo frankensteniano. Por eso Rajoy no puede echar ahora a los implicados. Tendría que echar a medio partido, tendría que echarse a sí mismo, incluso.
En Valencia, sus señorías del Consell también interiorizaron la música sucia del sistema de correas. De hecho, no hay un solo honorable que no tenga un souvenir, un recuerdillo, un detallito de Don Vito en la mesita de noche; no hay un solo conseller o esposa de lo mismo que no besara la correa. La mujer de Camps, la mujer de Campos, la mujer de Rambla, Rita la cantaora, todas las señoras decentes del Turia cayeron obnubiladas por el perfume canalla del Bigotes, por el aroma furtivo y aventurero del Errol Flynn del delito, el galán más turbador que siempre volvía a casa por Nochebuena, como el turrón, y lo mismo se arrancaba por villancicos para los niños que dejaba caer un peluco caro bajo el árbol navideño (te has pasado cinco mil pueblos, Alvarito).
Groucho pensaba que detrás de un gran hombre hay una gran mujer y que detrás de ellos siempre está la esposa. Pues detrás de los ilustres matrimonios políticos siempre había una correa bien engrasada y dispuesta o un bigote putoncete, alguien que sabía susurrarle a las damas: «Tengo un detalle, pero te lo quiero dar a ti solita».
Y así es como estos tíos han ido haciendo la huchita. Todo el día dándole a la correa, venga que venga, dale que te pego, currantes del fraude, asalariados del mal.
La corrupción es para el que la trabaja. Pues don Vito y El Bigotes se lo han trabajado a tope en el PP.
Cuando gobierne Rajoy lo mismo los sacan de Alcalá Meco y los ponen de ministros. Por los servicios prestados.
Imagen: Pintamonos
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