(Publicado en Levante-Emv de Castelló el 10 de enero de 2011)
Estamos en plena resaca de Reyes Magos y hay que resignarse a la columna de los juguetes y los niños. Este año parece que la estrella del momento ha sido una supermuñeca recién nacida que come papilla, toma biberón, lanza pompitas, llora, mea y hasta hace popó (puaj, qué asco). Por lo que se ve, el engendro, baby born lo llaman, es el culmen del realismo, es tan parecido a un bebé de verdad que más tarde o más temprano algún padre despistado llevará a bautizar al muñecón en lugar de a su legítimo retoño.
No se trata de devolver a los niños a los tiempos del piojo verde de posguerra, cuando un nudo de periódicos viejos era un balón de fútbol y un palo de escoba un rifle de alta precisión. No van por ahí los tiros. Pero a uno le parece que aquello tenía su puntito romántico, el de dejar volar la imaginación y que cada cosa fuera lo que la visión mágica del niño quisiera ver en ella. En eso consiste la infancia, en un sueño mágico y creativo. De pequeños, todos somos artistas.
Sin embargo, parece que hoy queremos que nuestros churumbeles se vayan preparando pronto para este reality crudo que es la vida y les regalamos seres robóticos, vivos, metabolizados, como esa baby born meona salida de una incubadora que da un poco de miedo, la verdad. Se trata de robarle la infancia al menor, mayormente a la niña/mujer, con el fin de integrarlo/a en el paraíso capitalista, en el american way of life, en la ley de los mercados, que a fin de cuentas es el sistema político que nos gobierna.
El niño tiene que ser mayor cuanto antes para poder llevarlo a Zara como buen comprador compulsivo y el entrenamiento consiste en atiborrarlo pronto con coches teledirigidos, espadas láser, ordenadores de parvulario, gilimuñecos de plexiglás, casitas de muñecas (hipotecadas y embargadas por el banco, por supuesto), videojuegos de marcianitos y demás chorradas pensadas para adormecer la creatividad infantil más que para estimularla. Metemos al infante en una especie de show de Truman donde todos somos marionetas con pilas, piezas mecánicas de un sistema mentiroso y desquiciado. Y encima queremos que de mayor sea como El Bigotes.
Al niño se lo damos todo hecho, que no tenga que pensar, que no tenga que inventar, que no tenga que soñar, no vaya a ser que se dé cuenta de cómo funciona el mundo en realidad. Y así construimos el futuro (en cada niño nace la humanidad, decía don Jacinto Benavente), un futuro de clones, porque matar la imaginación es el primer paso para matar la libertad. Lo siguiente será adiestrarlo en el odio político, en la moda dóberman/Cascos, lo que se lleva este invierno, o sea. No sé si se ha dado cuenta el atareado lector, pero últimamente ir a votar se ha convertido en un ejercicio de venganza. Hemos pasado de votar con la nariz tapada, como decía aquel, a votar con la papeleta en una mano y la navaja en la otra.
No sabemos qué le habrán pedido los políticos a los Reyes Magos, pero podemos imaginarlo. Zapatero una calculadora de contar parados y un chándal para seguir corriendo en plan Forrest Gump, hacia ninguna parte, o sea; Rajoy una caja de puros para saltarse la ley antitabaco, como hace con las demás leyes del Estado; Camps un traje barato; Fabra un Código Penal nuevo, que el que tiene está ya muy gastado; Sarkozy nada, que ya tiene bastante con su muñeca Bruni tamaño natural; Artur Mas un país independiente de quita y pon, como los de Pin y Pon; Obama que Wikileaks sufra una avería de la virgen; y el Rey que despidan a Peñafiel de la tele. Al alcalde Alberto Fabra el diputado Pedregosa le ha traído carbón. Pero un republicano haciendo de rey no es creíble, no cuenta, vaya. En el fondo, es que son como niños.
Al mocoso de un buen amigo sus majestades le han traído un juego completo de Gormiti. ¿Y qué demonios será eso?
Imagen: Forges
Imagen: Forges
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