(Publicado en Diario16 el 18 de febrero de 2020)
Once días y la sensación de caos no hace más que aumentar. El derrumbamiento del vertedero de Zaldívar −un pequeño municipio vizcaíno situado a unos 40 kilómetros de Bilbao−, empezó como un accidente laboral, más tarde se convirtió en un gran problema de salud pública y va camino de una crisis medioambiental de enormes proporciones que amenaza la estabilidad del Gobierno Urkullu a las puertas de unas elecciones autonómicas. Lamentablemente, en este país estamos acostumbrados a ver gestiones nefastas de grandes siniestros (véase el desastre del Prestige en 2002 o el accidente del Yak-42 un año después), pero el caso de Zaldívar produce extrañeza y estupor. Si bien es verdad que el derrumbamiento se ha visto rodeado de circunstancias especiales que lo hacen difícil de controlar (orografía abrupta del terreno, enorme cantidad de material desprendido), tampoco se puede decir que aquello sea Chernóbil, aunque al paso que vamos, y viendo la incompetencia de algunos políticos, no sorprendería que en las próximas semanas la crisis se vea agravada y asistamos a evacuaciones masivas de municipios enteros ante el avance de la nube tóxica.
La negligencia política ha sido y es tan descomunal que decenas de ciudadanos provistos de mascarillas para no envenenarse con el aire contaminado han tenido que salir a la calle para protestar ante una situación que evidentemente se les ha ido de las manos a las autoridades locales. La cuestión ya no es que 11 días después aún no se haya podido rescatar a los dos trabajadores sepultados bajo la basura y los residuos; ni que nadie asuma responsabilidades por la lentitud en los trabajos de limpieza y en las tareas de extinción del incendio posterior; ni que ninguna administración (ni regional ni estatal) haya dado explicaciones convincentes sobre cómo se ha podido venir abajo un vertedero con miles de toneladas de material peligroso como el amianto, arrastrando toda la ladera de una montaña y cortando una carretera principal. Lo realmente grave es que miles de vecinos de la comarca y de varias localidades populosas viven horas de angustia, asustados, mirando la columna de humo espeso que emerge de la montaña, metidos en sus casas con las ventanas cerradas a cal y canto, las mascarillas puestas y sin apenas información sobre las causas del siniestro y sobre las medidas que los diferentes organismos competentes piensan acometer para paliar los efectos de semejante catástrofe ambiental.
Evidentemente España no es China, eso ya lo sabemos. Aquí no somos capaces de desescombrar un simple vertedero derruido mientras en el gigante asiático levantan dos hospitales en apenas quince días para atender a miles de contagiados por el coronavirus letal. Mentalidades diferentes.
Esta mañana, cuando la gestión del accidente de Zaldívar ha adquirido ya tintes de auténtico esperpento nacional, el Gobierno vasco ha convocado una rueda de prensa para explicar los pormenores del suceso. La medida llega tarde y en medio de la indignación general. El humo tóxico del vertedero se extiende por los bellos montes vascos sin que nadie parezca saber cómo actuar. ¿Cumplía con todos los requisitos legales una instalación que apenas unos meses después de su apertura ya rebasaba la capacidad de albergar basura contaminante? ¿Había un plan de seguridad y evacuación de la población ante cualquier contingencia? ¿Era Zaldívar el lugar más apropiado para almacenar productos altamente tóxicos como el amianto? ¿Qué efectos provoca en la salud de las personas la inhalación del humo envenenado? Demasiadas preguntas sin respuestas, demasiadas dudas que ponen en jaque al Gobierno de Urkullu, ese que siempre se ha jactado de que en el País Vasco las cosas se gestionan mejor que en la meseta, un lugar que el nacionalismo ha considerado atrasado y símbolo de la chapuza nacional. Ahora la negligencia también ha llegado a Euskadi para colocar a esta región ante una realidad que pocos podían imaginarse. La falta de previsión ha sido absoluta; la capacidad de respuesta, nula.
Por otro lado, el Estado español tampoco ha estado a la altura. En cualquier otro país del mundo se habría movilizado al Ejército. Aquí ni siquiera se lo han planteado, pese a que contamos con una unidad como la UME, puntera en este tipo de catástrofes y accidentes. Mientras tanto, los vecinos de la zona aseguran que el aire tóxico les provoca picores en la garganta y otros síntomas inquietantes que aún están por evaluar. El amianto es un producto peligroso que provoca cáncer de pulmón entre las personas que se ven expuestas a sus efectos de manera prolongada. La nube tóxica no es ninguna broma y mientras tanto ni siquiera los medios de comunicación han prestado la debida atención a un suceso dramático, obsesionados como están con una epidemia, la del coronavirus de Wuhan, que aunque se encuentra al otro lado del planeta nos han hecho creer, erróneamente, que es un problema sanitario de emergencia nacional.
Los testimonios que llegan de Zaldívar resultan escalofriantes: “Cuando llegué el primer día pensé: Pero, ¿qué es esto? Al regresar a casa le dije a mi pareja: ¿Para qué estamos reciclando? En Zaldívar depositan amianto en cualquier sitio y lo cubren con tierra”, aseguraba uno de los camioneros que acudía al vertedero como cada día. Otro transportista relató al diario Berria que la instalación ubicada en el municipio vizcaíno recogía “los residuos que no quería nadie”.
En las sociedades modernas el principal problema es el tratamiento de la basura, pero los políticos siguen mirando para otro lado, hasta que la mugre acaba estallándonos en la cara. Ya no basta con enviar nuestros residuos y nuestra cochambre a países del tercer mundo para que se la coman las gentes que se mueren de hambre. Ya no sirve esconder toneladas de detritus donde nadie pueda verlas. Urge un plan nacional que aborde el grave problema de forma compleja y eficaz.
En Zaldívar nadie sabe cómo actuar mientras el incidente adquiere tintes de gran catástrofe ambiental. El Juzgado de Durango ha abierto diligencias ante la posible comisión de varios delitos; el Gobierno vasco culpabiliza a los propietarios del vertedero; los grupos políticos de la oposición rentabilizan electoralmente el asunto; sindicatos y colectivos ecologistas apuntan al Ejecutivo autonómico. Es la gran ceremonia de la confusión. Al mismo tiempo, a nadie parece interesarle la suerte que hayan podido correr Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán, los dos obreros que siguen sepultados bajo ese pesado montón de tierra. ¿Tan complicado era sacarlos de la tumba de estiércol en la que se han visto atrapados? Lo único cierto es que el veneno sigue propagándose sin control ante la ineptitud de los responsables políticos y técnicos. El vertedero de Verter Recycling va a dar mucho que hablar en los próximos días. Urkullu no quiso ir a la montaña y al final ha sido la montaña la que ha terminado engullendo a Urkullu. El drama de Zaldívar continúa. ¿Habrá alguien capaz de tomar las riendas y enmendar este trágico esperpento de una vez por todas?
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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