(Publicado en Diario16 el 7 de abril de 2020)
Hay políticos que están llamados a pasar a la historia y a tocar la gloria y la grandeza en momentos críticos para la humanidad; otros simplemente serán olvidados u ocuparán un diminuto rincón en alguna página perdida, donde quedarán retratadas para la eternidad sus mezquindades, sus pequeñeces, sus escasas cualidades profesionales y personales. Entre los primeros estará sin duda el líder de la oposición portuguesa, Rui Rio (PSD), quien en los últimos días ha dado toda una lección de integridad, de estatura como estadista y de valor patriótico de verdad. Mientras en España algunos se dedican a conspirar, a tramar en la sombra, a urdir mentiras y a fabricar montajes y bulos para erosionar a un Gobierno que hace lo que puede en medio del infierno en la Tierra, Rui Rio ha demostrado que se puede ser moderado y hasta algo conservador sin hacer el ridículo.
“Señor primer ministro, cuente con nuestra colaboración. Todo lo que podamos, ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte. Porque su suerte es nuestra suerte”, le ha dicho al líder del Gobierno, el socialista António Costa, quien también ha dado el do de pecho al calificar de “repugnante” la cicatería con las ayudas y la actitud xenófoba de Holanda respecto a los vecinos europeos del sur. Pero es que antes de su discurso parlamentario, que ha sido muy aplaudido y compartido por las redes sociales como un gran ejemplo a seguir, Rui Rio ya había exhortado a las entidades financieras para que echen una mano ante la epidemia: “Los bancos deben mucho a todos los portugueses. La banca no puede ganar dinero con la crisis. Si la banca presenta en 2020 y 2021 lucros abultados, esos lucros serán una vergüenza”, ha asegurado.
Sin duda, este portugués preclaro nos está dando toda una lección de patriotismo del de verdad, del bueno, no del vacuo, demagógico y de opereta que suelen emplear Pablo Casado y Santiago Abascal. Estamos en medio de una guerra cruel que exige la unidad de todos para derrotar al virus. Sin embargo, algunos han decidido apostar por una estrategia infantil, de auténticos inmaduros no solo como políticos sino como personas. Ahí está el ejemplo de los diputados de Vox, que han decidido retornar a sus despachos del Congreso saltándose el confinamiento en una clara maniobra propagandístico-electoral. Los congresistas ultras han optado por echar más leña al fuego del país, terminar de quemarlo todo, como si los españoles no tuviésemos ya suficiente problema con el bicho coronado. La extrema derecha, en una pataleta de niño violento y malcriado, ha decidido romper con Sánchez, convirtiéndose en parte del problema de esta crisis y no en parte de la solución.
España sigue siendo diferente en muchas cosas, entre ellas en las formas y los estilos de una democracia moderna y avanzada. Hasta el Financial Times ha llegado el cainismo de la derecha española que resulta inmoral y despreciable. Parece obvio que en Portugal tienen unos políticos conservadores mucho más civilizados y humanos que los nuestros, gente que no juega con el dolor y la muerte para alcanzar el poder, gente de una pieza. La melodía gloriosa de Rui Rio interpretada con finura y altruismo desde el atril de Lisboa sonará siempre, de aquí a la eternidad, como una sinfonía solo comparable a la Novena de Beethoven. El sereno fado portugués alivia a la humanidad entera en estos tiempos de cólera; la música pendenciera de la extrema derecha española suena a fanfarria grotesca, a tambores africanos embriagados, a charanga y pandereta de juerguistas descontrolados tras una noche de excesos. Nadie podrá olvidar esos dulces acordes del señor Rio, ese canto a la colaboración solidaria y desinteresada para combatir el mal de la enfermedad, ese orgullo patriótico y honesto bien entendido de un portugués que se viste por los pies y que está dispuesto a remangarse y a echar una mano allá donde haga falta, cuando haga falta y como haga falta. Qué envidia, amigos portugueses. Y qué lacra nos ha caído a nosotros con estos atávicos del franquismo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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