(Publicado en Diario16 el 22 de marzo de 2020)
Quim Torra siempre trabaja para la independencia. A todas horas, de día y de noche, haga sol o llueva, cuando está de vacaciones en el Prepirineo catalán o metido en su despacho bajo la gloriosa estelada. Pase lo que pase, él va a piñón fijo. Y una simple pandemia que siega la vida de cientos de inocentes en apenas unas horas no va a ser motivo o excusa para alterar la agenda hacia la inevitable República. Si Marchena con toda su maquinaria judicial al servicio del Estado totalitario fascista no ha sido capaz de frenar la hoja de ruta del procés no lo va a conseguir un bichito llegado de la China amiga, que además ya había comprometido hackers y dinero a espuertas para la causa soberanista.
En los últimos días, el honorable president se ha remangado para luchar contra el coronavirus, claro que a su manera, y siempre para salvar la salud de Cataluña y solo de Cataluña, que a fin de cuentas es lo único que importa en el mundo. Madrid que se apañe con su gripe española pobre y africana, que los catalanes siempre han hecho las cosas ben fetes, a la europea, y el Ángel Exterminador seguro que pasa de largo por Canaletas. Con esa filosofía patriótica, el líder independentista ha aumentado la estrategia de la tensión en medio de la pandemia, ha enviado cartas a los líderes de la Unión Europea chivándose de la mala gestión de España en esta crisis y ha concedido entrevistas a la BBC poniendo a caldo a Pedro Sánchez. Solo le ha faltado movilizar a los chicos de los CDR y concentrarlos ante la Jefatura de Policía en Vía Laietana para tirar unos pedruscos y quemar unos contenedores. Si no lo ha hecho ya es porque el joven y entusiasta Ejército catalán aún no dispone de arsenales y mascarillas suficientes (ya llegarán de la aliada Eslovenia). Para Torra nunca debe perderse de vista el objetivo final. La auténtica guerra debe ser contra el hediondo español; el microbio letal debe quedar en segundo plano. Y ahora es el mejor momento para echar a las tropas borbónicas de Cataluña a fuerza de escupitajos contaminados, tal como ha sugerido ese concejal de la CUP. El gargajo es un arma de destrucción masiva barata, rápida, fácil de usar, no como las pistolas de los Mossos que nunca llegaron.
A Torra le ha vuelto a entrar el mono sedicioso y lo que le pide el cuerpo es proclamar la República ya, cuanto antes, sacar a la gente a la calle, que un virus es una merda al lado de un patriota catalá. De modo que la tentación insurreccional en el momento de mayor debilidad de España es fuerte. ¿Cómo resistirse a proclamar una DUI ahora, cuando los piolines y picoletos están ocupados sacando moribundos de las calles y ayudando a ancianos a hacer la compra?
Tanto criticar a Sánchez y resulta que el honorable tiene abandonados a los niños catalanes pobres. El hombre anda muy atareado construyendo su República virtual, levantando sus embajadas en el extranjero y tejiendo su tupida red de mensajeros e informantes en Waterloo y en Perpiñán y se ha olvidado de que hay un pequeño problema, un asuntillo sin importancia, algo que le han contado sobre un extraño virus que circula por ahí.
La respuesta de Moncloa no se ha hecho esperar. Hace un minuto, Pedro Sánchez Delano Roosevelt se lo ha dejado meridianamente claro: “No voy a confrontar con nadie, no es el momento de hacerlo. Mi tarea es unir, porque será unidos como venceremos al virus”. Una frase llena de templanza, sentido común y lógica política. Pero Torra, en su obcecación patriótica, ya no escucha a nadie. La fiebre por la República es más fuerte que la que provoca el maldito microbio de Wuhan. Construirá su nación cuanto antes, sí o sí. Aunque sea sobre un montón de cadáveres comidos por la peste negra del siglo XXI. Ahora es mucho más importante que ni un solo soldado de la UME ponga sus botas invasoras en territorio soberano que frenar a un bicho que parece extraterrestre. Bien mirado, Torra también es un poco marciano.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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