(Publicado en Diario16 el 21 de marzo de 2020)
Miles de personas mueren en Europa mientras, al otro lado del Atlántico, los estadounidenses siguen viviendo una ficticia sensación de invulnerabilidad. Los estudiantes universitarios se lanzaron a las playas en su tradicional semana de vacaciones de primavera (Spring break), indolentes ante la batalla que se libra en el continente europeo. Y eso que Estados Unidos registra ya 10.900 casos y 163 muertes. “Si lo cogemos, lo cogemos, pero nadie nos va a fastidiar nuestras vacaciones”, asegura un joven bañista en una cadena de radio. Zonas turísticas como Miami Beach y Fort Lauderdale están cerradas, pero algunas playas de Florida y puntos de ocio de Texas y de los estados del sur han estado abarrotados estos días. A esta hora, predomina la indolencia y la falta de conciencia social de la población norteamericana ante el virus, siguiendo el ejemplo de su presidente, Donald Trump, que hasta hace cinco días presumía de que no iba a someterse a las pruebas del Covid-19.
A medida que va pasando el tiempo el país empieza a percibir que está siendo golpeado por el coronavirus, pero de momento Trump se ha limitado a adoptar unas cuantas medidas, como el cierre de fronteras y del espacio aéreo. Medios de comunicación y expertos autorizados exigen al presidente que decrete ya el confinamiento de las grandes ciudades como Nueva York ante la inminencia de la llegada de la pandemia. Nada de eso parece inmutar al inquilino de la Casa Blanca, que mira el calendario de reojo y no está dispuesto a hacer nada que pueda poner en peligro su reelección. Eso sí, cada mañana puntualmente pone alguno de sus habituales tuits cachondos. “No me he tocado la cara desde hace semanas. Han pasado semanas. Lo echo de menos”, bromeó hace unos días el mandatario norteamericano.
Algunos medios de comunicación han publicado ya que asesores de Trump le están aconsejando que siga una estrategia sanitaria contraria a la que se lleva a cabo en Europa, es decir, no hacer nada, permitir que el virus circule libremente, infectando a la mayor parte de la población y generándose la inmunidad colectiva de forma natural. Es la táctica darwinista de la selección natural que tanto gusta a los nuevos populismos de extrema derecha: el fuerte sobrevive, el débil perece. De esa manera, la economía no se vería afectada y podría seguir funcionando, lo que para Trump debe ser lo más importante.
El plan suicida que han barajado durante un momento tanto Trump como su colega, el primer ministro británico, ha recibido un serio revés de los investigadores del Imperial College de Londres y de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de la City, que se han llevado las manos a la cabeza al escuchar las estrategias de ambos políticos. En cualquier caso, tanto Trump como Johnson −fieles a sus ideologías populistas y ultracapitalistas contrarias a cualquier tipo de intervencionismo estatal− han tenido la tentación de optar por la pasividad y por no adoptar las medidas que ya se han decretado en España e Italia al considerarlas “impopulares”. Una vez más, el pensamiento neoliberal antepone el cálculo político y mercantil a los valores humanistas.
En cualquier caso, nada de lo que haga o diga el dúo de rubios dinámicos va a contener la entrada del virus en Estados Unidos y Reino Unido y la propagación de la enfermedad a escala exponencial se da ya por segura en fuentes de la Organización Mundial de la Salud. Trump no mueve ficha. Johnson tampoco. El orgullo anglosajón terminará siendo doblegado por un ente biológico extremadamente virulento que no conoce de fronteras ni imperios. La gran pregunta ahora es: ¿qué pasará cuando 27 millones de norteamericanos sin cobertura médica contraigan la letal enfermedad y Trump les diga que no tiene hospitales públicos para ellos?
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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