(Publicado en Diario16 el 25 de febrero de 2020)
Abascal pretende cerrar España con llave y candado para que no pueda entrar ni un solo inmigrante más. Como en El gran dictador de Chaplin, el líder de Vox sueña con un mundo de rubios dominado por un moreno. El moreno, lógicamente, es él, solo él y nadie más que él. Todo lo que no sea el culto al líder, al personaje mesiánico, no tiene cabida en la España del futuro. Por eso Pedro Sánchez es el presidente de un Gobierno ilegítimo (“ya va camino de ser ilegal”, según ha advertido en un reciente discurso); por eso toda oposición de los demás partidos debe ser convenientemente laminada; y por eso dentro de su partido cualquier disidencia será aplastada antes de que pueda convertirse en corriente crítica interna. Es la idea que tiene Abascal de la democracia: la uniformidad total y absoluta, el pensamiento único, la unidad de destino en lo universal. El discrepante es un traidor; el rival político un enemigo de España; el que se sale de la ortodoxia ultra es un peligroso comunista, un ateo impío y desalmado, un potencial terrorista letal para el Estado. Se impone el partido único, el guía político y espiritual. Y punto.
Así es el nuevo “franquismo democrático” (una continuación del “aznarismo” pero mucho más duro todavía) que pretende implantar Abascal en la España del futuro. Así es su alternativa patriótica populista que en realidad esconde la idea de un Estado totalitario donde el pluralismo político no tiene cabida. En cierto modo, lo que al líder de Vox le pone de verdad es el caudillismo. Él, en su delirio, en su ensoñación nostálgica del pasado, se ve a sí mismo como un mesías redentor, el hombre fuerte que necesita España en este momento crítico de la historia, el definitivo salvapatrias ante el avance de la horda roja. El partido es él. El Estado soy yo, que diría el Rey Sol.
En ese ambiente tóxico, el miedo a la purga es el lubricante esencial que hace funcionar el rodamiento de Vox. Por eso nadie en la formación verde se atreve a plantearle un programa alternativo, ni a mirarlo por encima del hombro, ni a levantarle el dedo índice. Vox es un rebaño amansado; un coto apaciguado como aquellos en los que se solazaba Franco, escopeta en mano, mientras cazaba perdices; un pazo tranquilo y rígidamente jerarquizado. Tal como será España algún día. Más que un partido, Vox es un Ejército con un solo general. El general ordena y la tropa obedece. Así se ganan las guerras. Porque para Abascal la política es la guerra, una guerra donde solo puede quedar uno, una guerra de cruzada nacional y de exterminio donde ya no hay fusilamientos ni juicios sumarísimos pero donde cualquier adversario o subversivo que ose enfrentarse al dogma nacional-patriótico será debidamente fumigado, aplastado, liquidado. Marginado por bolchevique y condenado a la muerte civil.
A esa Asamblea General Ordinaria (muy bien elegido lo de “ordinaria”, ya que allí nunca pasará nada extraordinario que pueda ir contra la voluntad del presidente) acudirán los cargos institucionales del partido (concejales, alcaldes, diputados provinciales, autonómicos, nacionales, europeos, senadores…), cargos orgánicos y miembros integrantes de las direcciones provinciales. Un gran ejército de palmeros, sumisos y dóciles que no se atreverán a decir ni media palabra más alta contra el jefe, no vaya a ser que se enfade. Todo será rutinario, burocrático, a la vieja usanza falangista. Es decir, ver, oír, callar y acatar.
Luego intervendrá el ilustre candidato y soltará uno de sus habituales discursos incendiarios rebosante de guerracivilismo. Un mitin explosivo para llevar el odio al punto de ebullición. Será un baño de masas con mucha bilis, mucha testosterona, mucho taco y mucho insulto contra el enemigo comunista. No se dirá ni mu de aquello que dijo Felipe VI, lo de que “España no puede ser de unos contra otros”. Y eso que a buen seguro a los cientos de asistentes enfervorecidos se les llenará la boca de vivas al rey.
Al final del acto, un triunfante Abascal renovará el cargo “con el objetivo de liderar la alternativa social y patriótica frente a la emergencia nacional que sufren todos los españoles”. Subirá al escenario la guardia pretoriana (Ortega Smith, Buxadé, Monasterio, Espinosa de los Monteros, Olona) para rendir pleitesía al amado líder. Y juntos, como un solo hombre, escucharán el himno nacional con la mano en el pecho (quizá también, como sorpresa de la noche, se cante el Cara al Sol y El novio de la muerte). Todo será por el bien de España pero allí el que sacará la mayor tajada será el Caudillo. Como siempre.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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